26.

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Son las seis de la mañana y Amaia no ha pegado ojo en toda la noche. No cenó, así que su tripa no para de rugir. Le sabe mal levantarse a esas horas para asaltar la cocina, pero no soporta más ese incómodo ruido y decide acercarse hasta la nevera para ver qué puede comer. Quizás así pueda dormir un par de horas antes de que la rutina vuelva a asaltarla.

Se prepara un Nesquick. Se nota que en esa casa manda Alfred porque siempre insiste en que sea ese cacao soluble y no la otra marca. Lo coge y se va hacia el salón. Aún es de noche e intuye que hace frío porque al acercarse a la puerta corredera que da a la parte trasera de la casa, su aliento se queda marcado en el cristal.

Coge un libro que hay sobre la mesita del comedor y le echa un vistazo. Parece interesante, habla sobre la evolución de la música pop-rock en Norteamérica. Seguro que es de Alfred, piensa ella mientras se dibuja una sonrisa en su rostro.

Se recuesta en el gran sillón que preside el salón y empieza a leer. Quizás sea la leche caliente, la luz tenue o el libro, pero finalmente consigue quedarse dormida profundamente. Cuando se despierta son las diez y la casa parece estar vacía. Lo único que no está en su lugar es la manta que le tapa, al parecer alguno de los habitantes de esa villa la vio dormida y prefirió que no cogiera frío.

Va hacia la habitación y se pone unos vaqueros y una de las sudaderas que Alfred se ha dejado en la casa. Se dirige hacia el estudio de grabación y, cuando entra, descubre que tampoco hay nadie allí. Se queda extrañada porque no hay ni un triste post-it que avise de la ausencia de los miembros del equipo.

Revisa su móvil y ve que entre todos los mensajes que ha recibido se encuentra uno de Isabel avisando que se iba a Figueres a comprar y a recoger al chico. Así que, en la soledad de aquel lugar, Amaia decide expresarse de la mejor manera que sabe: tocando el piano.

Toca algunas de sus canciones favoritas, como cuando aún estaba dentro de Operación Triunfo, se atreve con algo de su propio repertorio, aunque aún queden muchas cosas que mejorar. Instintivamente sus manos se deslizan por las teclas del piano y acaba tocando los primeros acordes de una melodía que se ha convertido en la banda sonora de su vida, de la de ella y la de él, que le observa desde la puerta del estudio sin que Amaia se haya percatado.

—City of Stars, are you shining just for me? —susurra mientras sus manos se deslizan ágiles por las teclas del piano de cola—. City of Stars, there is so much that I can't see. Who knows? I felt it from the firts embrace I shared with you —el tono es demasiado bajo para ella, pero no le importa porque nadie le escucha. Para Amaia esas palabras son tan reales que forman parte de su persona. Claro que lo sintió desde el primer abrazo que compartió con él, esa electricidad que recorre su cuerpo cada vez que comparten espacio es única—. That now our dreams they've finally come true —esta parte, por fin con el tono que a ella le corresponde, hace que el vello de Alfred se erice porque es cierto, sus sueños están empezando a cumplirse de manera estrepitosa—. City of Stars, just one thing everybody wants, there in the bars and through the smokescreen of the crowded restaurants, it's love... —ralentiza el ritmo, quiere empaparse bien de lo que siente cuando pronuncia esas palabras mágicas—. Yes, all we're looking for is love from someone else —y ellos ya han encontrado a ese alguien a quien amar, no le ha hecho falta ir a los bares y descubrirlo entre nubes de humo; estaba ahí desde el primer momento y ambos supieron verlo.

De pronto, Amaia nota que la banqueta del piano se hunde porque alguien a su derecha ha ocupado el lugar que le corresponde. Ha estado tan concentrada en la canción que no ha percibido la presencia de él en la sala; así que se sobresalta cuando gira su cara y lo encuentra dibujando una sonrisa ladeada mientras le observa de manera pícara.

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