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Los minutos se le pasan lentos, muy lentos. Enciende la televisión de su habitación, pero no atiende demasiado a lo que sale en ella. Mira su móvil, impaciente, porque Javier lleva sin dar señales de vida desde hace horas. Sin esperarlo, como una cuestión de casualidad, su pantalla se ilumina y ve que le entra una llamada de su hermano.

—Amaia, ¿cómo estás?

—Bien, bueno, algo mejor —claro que está mejor, hace apenas una hora que ha echado un polvo, ¿cómo va a estar?—. Me he tumbado y he vomitado otra vez —miente—. Pero me sigue doliendo un poco.

—¿Quieres que vayamos a urgencias?

—No, no. Será algo que me ha sentado mal. Si mañana sigo así, vamos.

—Vale. Bueno, estoy yendo ya hacia el hotel, ¿te apetece cenar algo?

—Si eso me pido un sándwich del servicio de habitaciones —dice Amaia, aunque se esté muriendo de hambre.

Cuando Javier llega al hotel, lo primero que hace es ir a la habitación de su hermana. Está preocupado, sabe lo desagradable que es pasar una enfermedad, cualquiera que sea, en soledad; y ellos ni siquiera están en su casa para relajarse y sentirse cómodos. Golpea levemente la puerta, sabe que su hermana está despierta.

Amaia sabe que quien llama a la puerta es su hermano, así que debe fingir su mejor cara de enferma.

—Hola... —susurra ella mientras frunce el ceño.

—¿Cómo estás?

—Bueno, mejor... Estar tumbada me ayuda a que se me pase un poco el dolor. ¿Cómo ha ido la reunión? —pregunta curiosa mientras se vuelve a recostar en la cama.

—Pues creo que bien, aún hay que dar un par de pinceladas y modificar ciertos aspectos del contrato. Pero de eso no tienes que preocuparte, el abogado se encargará de todo y de revisarlo. La discográfica se ha comprometido a encontrar un productor que sea de tu estilo, nos ha ampliado el plazo de entregas, también nos ha dado mayor libertad creativa...

—¿A cambio de qué? —pregunta extrañada Amaia.

—De eso no te tienes que preocupar, no han puesto demasiadas exigencias —ya le contará en algún momento, cuando lo crea él oportuno, cuál ha sido el precio de esa libertad y de conseguir esas exigencias—. ¿Crees que mañana estarás bien para la entrevista y el concierto o qué?

—Pues no lo sé, Javier... —finge una punzada en el estómago. Claro que va a cumplir con sus compromisos pero si de primeras le asegura hacerlo, parecerá que le está echando cuento—. Espero que sí, ya que nos hemos pegado la paliza para venir hasta Madrid...

—No te preocupes, seguro que el viaje habrá merecido la pena. Aunque tú estés un poco pachucha. Voy a pedir algo para cenar.

Cenan tranquilamente en la habitación de ella y cuando Javier ve que su hermana se está quedando dormida mientras ven la tele, se va a su cuarto a repasar los pormenores del contrato que firmarán con Universal. Sabe que si se lo dice todo, ella no aceptará las condiciones y, por lo tanto, volverán a estar en la cuerda floja.

Prefiere reservarse esas pequeñas cláusulas, las que son más conflictivas, esa letra pequeña que, para él, no tienen demasiada importancia pero que sabe que a su hermana le podrán afectar más de lo que aparenta. No hay mal que por bien no venga, piensa él mientras cierra la puerta del cuarto de su hermana y se dirige al suyo.

Los remordimientos de conciencia atormentan a Javier durante toda la noche, no descansa, suda y tiene pesadillas constantemente. Sabe que la condición que le han impuesto en Universal no será del agrado de su hermana, como tampoco lo es para él, pero tendrán que apechugar si desean obtener la libertad creativa que tanto han pedido durante meses.

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