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Respira hondo, el pulso le tiembla más que de costumbre. Tiene la certeza de que el resultado será negativo, pero ¿y si sale positivo? Sus vidas cambiarían de forma totalmente drástica. Tendrían que tomar una decisión determinante para sus carreras: ser padres o interrumpir el embarazo. Lo más sensato para ambos, piensa ella, es la segunda opción; no obstante, en sus planes futuros le encantaría ser la madre de los hijos de Alfred, pero quizás dentro de 10 o 15 años, pero si les viene ahora todo de golpe, ¿por qué no continuar con ello? ¿Y si se arrepienten de no tenerlo?

Se muerde el padrastro de su dedo gordo, si sigue a ese ritmo acabará arrancándose toda la piel de un mordisco. Un sudor frío le recorre la espalda, comienza a sentir náuseas de nuevo, está algo mareada y hace rato que una gran presión se ha instalado en el centro de su pecho.

Llega hasta el lavabo, donde encuentra el predictor en la misma posición en la que lo ha dejado al terminar de hacerse la prueba. No se atreve a mirarlo, pero sus manos ya han comenzado a recorrer el camino que las separa de las dudas que le recorren.

Lo acerca hasta sus ojos y lo ve: una rayita. El corazón se le acelera. ¿Javier le ha dicho que una raya era positivo o negativo? Eres gilipollas, Amaia, se dice a sí misma la chica mientras avanza casi corriendo hasta el lugar donde Javier le espera algo impaciente y le informa de la situación.

—¡Menos mal! ¡Negativo! —celebra con una gran sonrisa el chico—.Tenía los cojones de corbata, Amaia. No me vuelvas a hacer una de estas en muchos años, ¿me oyes?

—Yo... Lo siento, Javi —Amaia sonríe, aliviada sintiendo que la presión que tenía en el pecho va desapareciendo—. Lo siento muchísimo.

—Mira, si os vuelve a pasar que os quedáis sin condones, me avisas para que te los compre, que no te dé vergüenza.

—¿Pero quién ha dicho que no tuviéramos condones? —pregunta Amaia extrañada ante esa oferta de su hermano—. Simplemente fue que nos entró el calentón y se nos olvidó usarlo.

—Yo a ti te mato —al chico le cambia completamente la cara en menos de un segundo, parece enfadado—. A ti y al imbécil de tu novio. Que al menos dé la cara cuando toca y no cuando a él le interesa. A ver si con estas cosas empiezas a abrir un poquito los puñeteros ojos, Amaia. Este chaval podrá decir que te quiere muchísimo pero en los momentos importantes, sean buenos o malos, ni está ni se le espera.

—Javi, cállate, por favor —Amaia le mira con cara de pocos amigos, quizás lo último que necesita después de esos angustiosos días es que su hermano vuelva a cuestionar a su novio—. Está en la fiesta de fin de rodaje, ¿vale?

Javier prefiere dejar ese tema para otro momento, así que le abraza y se despide de ella hasta el día siguiente, no sin antes recordarle que debería empezar a recoger sus cosas de la habitación para no olvidarse de nada, ya que el domingo por la mañana regresan a España. Se pega una ducha y se mete en la cama algo más relajada que los días anteriores.

Gracias a esta situación, ha aprendido que no hay que jugársela por unos minutos de placer. Lleva meses planteándose la posibilidad de acudir al ginecólogo para que le recete la píldora para así poder hacerlo dónde, cómo y cuándo quiera con Alfred, sin necesidad de utilizar condón.

Tomar la píldora supone meterse en el cuerpo una bomba de hormonas que realmente ella no necesita, normalmente no tiene retrasos en la regla y las últimas revisiones ginecológicas confirman que está sana. Pero ella siempre quiere más con Alfred, lo necesita como nunca ha necesitado a nadie, en todas las facetas de su vida, no sólo en el sexo. Unirse así con él es la manera más íntima y más real que tiene de demostrarle que realmente le quiere con todas las circunstancias.

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