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El fuerte grito de Aitana al ver a Amaia entrar por la puerta del restaurante donde han quedado para comer provoca que la mitad de los comensales se giren curiosos para observar quién ha hecho acto de presencia en el lugar. Como si ser dos de las personalidades más fotografiadas en los últimos meses no fuera suficiente para llamar la atención de la gente que les rodea.

Ambas corren hasta encontrarse y fundirse en un abrazo que podría ser interminable. Llevan sin verse desde que Amaia volvió de Nueva York, hace ya un mes, y tienen la necesidad de contarse absolutamente todo lo que les ha pasado en ese lapso de tiempo.

Cuando deshacen su abrazo, Amaia se sienta en el lugar que le indica Aitana. Se ponen un poco al día: su amiga le habla de que sacará un adelanto de su primer disco aprovechando la proximidad de la Navidad, tal y como le ofrecieron también a Amaia justo al regresar de Nueva York, aunque en su caso lo rechazó. Hablan de mil cosas más, pero sólo con Aitana es capaz de sincerarse.

—No sé en qué punto estamos, la verdad —susurra pretendiendo no llamar aún más la atención de los comensales que las han identificado—. O sea, los dos tenemos claro que nos queremos pero...

—¿Pero? —su amiga le mira interrogante—. Amaia, por favor, si sabes perfectamente que perdéis el culo el uno por el otro, vamos a ver... ¿Hace cuánto que no le ves?

—Desde el viernes... —baja aún más la voz—. No me mires así, joer —Aitana no puede evitar dedicarle una mirada estupefacta—. Es que él estaba en Madrid y yo también y... Bueno, como me fui el finde pasado a Pamplona y él había sacado el disco la noche de antes yo quería darle la enhorabuena en persona y... —Aitana no puede evitar soltar una carcajada—. ¿Qué? Buah... No sabes lo que te estoy odiando ahora mismo. Si lo llego a saber no te cuento nada.

—¡Ay! ¡Amaia, que no! No te enfades, tonta —extiende su mano para acariciar los nudillos de su amiga—. Si es que me hace gracia que digas que no sabes en qué punto estáis... Seguís viéndoos, seguís hablando como siempre, ¿no? Lo que pasa es que si os habéis pedido un tiempo y ya no hacéis tantas cosas en pareja —mira alrededor y de forma confidente continúa hablando—, ya me entiendes.

—Bueno... —a Amaia se le suben los colores—. Es que tampoco hemos dejado de vernos —y hace un gesto con los dedos, como si estuviera entrecomillando lo que acaba de decir, para que Aitana entienda que siguen viéndose y follando como siempre—. Es como que nos necesitamos... Demasiado, ¿sabes?

—Amaia, tía,... —Aitana se ha quedado ojiplática—. Ya me lo dijo Ago el otro día que hablé con él por teléfono. Me dijo que os notó un poco tensos al acabar su concierto y que eso sólo podía solucionarse de una manera... —le dedica una sonrisa pícara.

—Menudo par de marujas que estáis hechas... —dice Amaia picada y apartando la mirada.

—Joer, pero no te pongas así. Es que estamos todos muy confusos, Amaia... Yo no sé cómo actuar con vosotros cuando tengamos que estar en el Palau. No quiero presionarte pero es que deberías aclararte de una vez por todas, vamos... Creo que está bastante claro que quieres estar con él.

—No es tan fácil, Aitana —Amaia chasquea la lengua—. Alfred se va ahora de gira y yo estoy muy perdida y me pierdo aún más cuando él no está porque mi cabeza empieza a darle vueltas a todo. – Aitana le mira con cara de no estar entendiendo nada—. A veces se me pasa por la cabeza que me está utilizando. En las entrevistas no para de hablar de mí y de lo que está pasando entre nosotros y... No sé.

—¿Pero cómo pretendes que no hable de ti, Amaia? Si todo el mundo os ha visto enamoraros en la tele, habéis ido a Eurovisión con vuestra historia de amor. Su disco habla de ti, tía. No sé, a lo mejor es normal —e incide en esa última palabra.

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