59.

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Un silencio incómodo se ha instalado en la sala. Algunos, con más disimulo que otros, han intercambiado miradas cómplices que sus compañeros; no obstante, la mueca de sorpresa es una constante en esas 14 caras que los observan de forma inquisitorial. Amaia vuelve a sentirse como aquella semana de noviembre, cuando todo el mundo parecía haberse dado cuenta de la evidencia de que entre ellos había algo más que una amistad, todos excepto ella.

Algo ruborizada empieza a saludar uno a uno a los compañeros más próximos a ella y Alfred le imita. Todo son sonrisas de cortesía pero ambos notan que el ambiente es tenso. Mientras caminaban juntos por el pasillo que los conducía a la sala, han podido escuchar cómo todos hablaban y reían como si nada pasara; sin embargo, cuando la puerta se ha abierto y han entrado uno detrás del otro, se ha instaurado el silencio.

Finalmente, se deshacen de los abrigos; Alfred coge el de Amaia para dejarlo en uno de los percheros mientras ella se acerca hasta el rincón donde ya descansan el resto de regalos del amigo invisible. Poco a poco, todo vuelve a la normalidad y eso les alivia más de lo que creen.

—¡Monito! —dice Alfred, mientras Aitana se abraza con fuerza contra él—. ¿Has traído a Miguel?

—¡No! Aún es muy pronto —dice bajando la voz para que Cepeda no les escuche—. Tampoco quiero que Luis se enfade conmigo... Oye, ¿cómo es que habéis llegado juntos? —sigue en el mismo tono confidente de hace un momento, esta vez para que Amaia, que está al otro lado de la sala con Ricky y con Roi, no les oiga.

—Pues nada, hemos ido a comer con su hermana y ya nos hemos venido para acá. Mañana comeremos todos juntos —comenta algo nervioso.

—¡Hala! ¿Eso significa que ya lo habéis arreglado? —Aitana no puede sentir más ilusión por sus dos amigos. Lo que tanto ha estado esperando, esa confirmación de que todo vuelve a ser como siempre, parece que ya ha llegado—. ¡Ay, no sabes lo que me alegro!

—Aitana, no... Nosotros no hemos... Bueno, seguimos como antes —un dubitativo Alfred evita la mirada de Aitana y es consciente de que hay alguien más en esa sala que está pendiente de lo que le está diciendo a su amiga; Mireya y Miriam hace rato que han dejado de hablar y miran con disimulo hacia donde ellos se encuentran—. Es largo de explicar.

—Tengo toda la tarde por delante para que me lo cuentes —dice una pícara Aitana con toda la buena voluntad de ser la confesora de su amigo mientras lo arrastra hasta otra de las salas, ajenos al resto de compañeros.

Allí Alfred le pone al día de los últimos acontecimientos. Aitana no puede evitar sentir algo de remordimiento y culpa; si ella se hubiese quedado un rato más tras el concierto de Carolina Durante, Alfred tendría la confirmación de su propia boca de que entre Amaia y Diego no pasó nada.

Aitana siente que todo lo que hizo esa noche estuvo mal. Desde faltar a una gala benéfica en Barcelona tras su viaje a Argentina hasta irse antes de tiempo y sin despedirse en condiciones de su amiga.

El chico no escatima en detalles, le informa también de cómo se enteró por la discusión entre los hermanos Romero de que Amaia es una víctima más de todos los rumores que se mueven en la red.

—¿Y qué va a pasar ahora entre vosotros? —pregunta Aitana curiosa—. Quiero decir, ahora cuando todo lo de los conciertos y eso acabe, ¿qué va a pasar?

—No lo sé, Aiti... — a preocupación de Alfred se hace patente en su rostro—. Yo no quiero perderla pero es verdad que todo se ha ido un poco a la mierda. Quizás... — se le hace un nudo en la garganta—, quizás lo mejor para ambos sea tomar distancias, pero de verdad, y ver que realmente nos echamos de menos, ¿sabes?

—Cuquito... —Aitana se aproxima hasta él para estrecharlo entre sus brazos.

Unos gritos inconfundibles para ambos les sacan de su mundo. Escuchan la risa estridente de Amaia, medio ahogándose, por alguna ocurrencia que ha tenido Roi. De pronto abren la puerta de esa pequeña sala y se encuentran con sus dos amigos aún abrazados.

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