37.

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Ahí, apoyados contra la pared, frente a frente, esperan a que alguno de los dos rompa el hielo y hable el primero sobre su relación. Ninguno da el paso, se sienten observados por la gente que les rodea, son conscientes de que todo el mundo se ha percatado de que algo ocurre entre ellos desde el momento en el que han llegado separados a la fiesta y se han sentado en mesas distintas durante la cena.

—¿De qué quieres hablar, Alfred? —dice por fin Amaia.

—Yo... —no sabe ni por dónde empezar—. Yo siento lo del otro día, Amaia. No debí preguntarte aquello, fue un ataque de celos. Sé que no te has acostado con otro, pero se leen tantas cosas que yo ya no...

—Prefieres creer lo que lees en Twitter que a tu propia novia —se lee la decepción en los ojos de Amaia—. Supongo que ese es el nivel de confianza que tienes en mí, Alfred. No sé en qué momento te has convertido en un desconocido, tú nunca habías dudado de mí.

—No es que crea a la gente de Twitter, Amaia —Alfred conduce a Amaia hacia un sitio en el que no haya tanta gente observando la escena; con un poco más de intimidad, sigue hablando—. Pero te fuiste a Nueva York y habíamos arreglado aquella discusión que tuvimos, pensé que todo estaba bien, como siempre. Y de pronto vienes y me dices que quieres un tiempo, ¿qué esperas que crea?

—A mí, Alfred. Esperaba que me creyeras, me escucharas y me comprendieras, no que me echaras nada en cara. Yo sé que no te lo dije todo de buenas formas —da un sorbo a su copa—. Pero, dime, ¿cuánto tiempo llevo diciéndote que estoy harta de que pases de mí? Creo que nunca has llegado a comprender cómo me he sentido estos meses —intenta no mirarle a los ojos, pero le resulta imposible—. Tú te has largado a trabajar y yo me he quedado totalmente sola. Y no exijo que te quedes conmigo, Alfred, no es eso; yo lo que quiero es que me apoyes cuando te necesito, que me llames, que me hables por Whats App. No sé, creo que lo que te pedía no era tan complicado.

—Yo sé que te he fallado muchas veces, Amaia, pero te prometí que estaría más pendiente y lo voy a hacer. Te lo juro —la chica chasquea la lengua, interrumpiendo a Alfred.

—No hagas promesas que no puedes cumplir. Alfred, tú vives por y para la música; y yo necesito tomar un poco de distancia de ti para comprenderte mejor, para poder llevar mejor tus ausencias.

—Pero no necesitamos estar separados para eso, Amaia —le coge de las manos—. Sólo es poner un poco cada uno de nuestra parte.

—No, Alfred, necesito distancia —a pesar de esas palabras, no se aparta de las caricias de su novio; su boca dice una cosa y su cuerpo otra bien distinta—. Porque si seguimos así esto se va a convertir en algo mucho más tóxico, tengo que aprender a quererme a mí misma un poco mejor, porque estas inseguridades que tengo a ti también terminan afectándote. Isabel me contó que durante la grabación te influyó mucho todo lo que me pasaba a mí —las manos del chico han subido hasta los brazos de ella.

—Estás helada, toma —Alfred se quita la chaqueta y se la tiende a Amaia, quien la acepta de buena gana porque es cierto que empieza a tener frío—. Sí, claro que me afecta lo que a ti te pasa. Es lo que pasa cuando ves que alguien a quien quieres está mal.

—A veces querer a alguien no es suficiente, Alfred. Yo a ti te voy a querer toda mi vida, pase lo que pase —le mira a los ojos y los ve brillantes, a punto de llorar, y la cara de circunstancia de Amaia también indica que está al borde del llanto—. Pero soy consciente de que ahora mismo no podemos hacernos felices, necesitamos tomar un poco de distancia y retomar lo nuestro cuando estemos algo más preparados.

—Amaia... Por favor, no me hagas esto —Alfred ya no puede contener las lágrimas. Pone sus manos sobre las mejillas de Amaia, pero ella se las aparta—. Nos necesitamos, nos queremos.

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