Desde que Alfred e Isabel se fueron hacia Figueres, Amaia no ha parado de tocar el piano. Lleva tres cuartos de horas ensayando una de las piezas más complicadas que Claudia le asignó la semana pasada; mientras toca, no piensa. Se deja guiar por los instintos y sus dedos se mueven ágiles por las teclas de ese piano de cola que preside el estudio de grabación.
Cambia a otra pieza que ya conoce desde hace años, la empalma con una de Falla, otra de Albéniz, su compositor favorito, pasando por Bach y, cuando escucha unos pasos a su espalda, concluye con una de las melodías de Beethoven.
—Es increíble eso que haces, Amaia —dice Isabel llegando mientras se quita el abrigo—. Tu tía me ha hablado mucho de tu don y algo pude ver en televisión cuando estabais aún en la Academia, pero ver cómo lo haces en vivo y en directo es casi regalo para el oído y para la vista.
—¡Buah! Qué va, tampoco es para tanto —Amaia se ha puesto roja como un tomate, sigue sin estar acostumbrada a que la adulen de esa manera—. Necesito practicar un poco más y centrarme en las piezas nuevas, porque no tiene ningún mérito hacer lo que has visto si son mis canciones favoritas y me las sé de memoria de tanto tocarlas.
Se ponen manos a la obra una vez que todos están en el estudio de grabación. Amaia se queda sola mientras el resto del equipo observa desde la pecera cómo la chica se concentra para dar lo mejor de sí. Suenan los primeros acordes de su parte y ella se siente atravesada por un rayo, se bloquea y no canta. Paran la grabación y Amaia pide disculpas.
La chica no es consciente hasta este momento de que esa pequeña parte de intimidad, ese regalo, el más especial que ha recibido en toda la vida, va a quedar plasmada en un disco al alcance de cualquiera. Algo que es de ella, de los dos, de su vida íntima, la declaración de intenciones de Alfred de estar siempre juntos, se queda expuesta para que forme parte del imaginario del gran público.
Amaia se quita los cascos y se sienta en la banqueta del piano, de espaldas al instrumento. Siente que le falta el aire y que empieza a marearse. Otra vez esa sensación, otra vez la ansiedad. Isabel parece darse cuenta de que algo no está bien con la chica y se acerca hasta la sala de grabación.
—Ey, Amaia —intenta que focalice su atención en ella—. Amaia, ¿qué te pasa?
—No lo sé... Es que esta canción es...
—Ya, ya sé que es muy especial para ti. Es la mejor manera que tiene Alfred de decirte que te quiere y la vas a poder escuchar siempre que quieras. Si necesitas unos minutos más podemos esperar.
—No, no es eso, Isa —susurra la chica.
—¿Y qué es, pues?
—Pues que esta es una canción muy íntima. Es un regalo que él me hizo por mi cumpleaños y... No sé, que la pueda escuchar cualquier persona pues me resulta incómodo.
—¡Ah! Bueno, Amaia, comprenderás que él es el productor, compositor y el artista encargado de hacer este disco. Tú le diste tu aprobación en verano para que la incluyera en 1016, según me ha comentado Alfred. ¿Entonces no era una canción íntima y ahora sí?
—Sí, lo ha sido desde el mismo día que la compuso pero quizás no he sido totalmente consciente de lo que esta canción significa para ambos —contesta Amaia algo ofuscada—. La grabaré, claro que lo haré.
Por la mente de Amaia se pasean mil pensamientos durante una franja de segundo. Hablará con Alfred para ver si puede hacer algo para evitar que la canción se incluya en el disco. Claro que le hace ilusión poder escucharla cuando ella quiera con sólo buscarla en Spotify, pero es cierto que ese regalo es tan importante para ella que cree que compartirlo con el resto del mundo va a ultrajar algo tan delicado como es esa canción.
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Ellos
FanfictionTodo sigue igual entre ellos. Después de la gira con sus compañeros de Operación Triunfo, Amaia se traslada a Barcelona para iniciar su carrera musical cerca de las dos personas que más quiere en el mundo: su hermano y Alfred. Atrás deja a su famili...