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Se despierta algo nerviosa, no sabe si por el concierto o por el hecho de reencontrarse con Alfred sabiendo que van a ser el centro de atención de todos sus compañeros. Coge su móvil y no sabe si escribirle, llevan un par de días intercambiando cortos mensajes de texto que a ambos les saben a poco, pero son conscientes de que la situación que hay entre ellos no invita a hablar como si nada hubiera pasado.

Estoy nerviosa y no sé por qué.

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Bueno... supongo que son los nervios de la "eterna despedida"

El joven bromea, intentando quitarle hierro al asunto pero estaría mintiendo si él negara que no esté nervioso por ese par de conciertos.

Eso va a ser... sabes que vamos a ser la comidilla de todos, no? Como cuando todos sabían que estábamos liados y se dedicaban a cuchichear.

Aunque parezca increíble, Amaia detesta ser el centro de atención, sobre todo que especulen sobre su vida privada.

Alfred se desconecta del Whats App, dejándola en visto. Se pica un poco, se supone que están teniendo una conversación como dos personas adultas, pero él se va sin siquiera despedirse. De pronto, su teléfono vibra en su mano y en la pantalla aparece el nombre del chico.

—Perdona, es que prefiero hablar por teléfono —se disculpa él—. Amaia, pasa de lo que digan los demás. Tenemos que actuar con normalidad y ya está.

—Sí, claro, qué fácil... Para ellos lo normal es que siempre estemos juntos.

—Bueno, pues haz lo que te apetezca —su tono suena duro—. Si te apetece estar conmigo, pues ven conmigo, y si te apetece estar a tu aire pues... Estás en tu derecho.

—Ya... no sé —balbucea ella—. Oye, ¿vas a ir mañana a la comida?

—No lo sé, mi madre se ha puesto muy pesada, pero yo no quiero que te sientas incómoda si voy yo. ¿A ti te apetece ir?

—No puedo dejar colgada a mi madre, sobre todo después de todo lo que ha pasado con Javier... Además me apetece verte también un poco más estos días antes de volver a Pamplona.

—¿Y qué ha pasado con Javier? —pregunta Alfred fingiendo que no escuchó la discusión de los hermanos Romero en los camerinos del plató de Operación Triunfo. Amaia le cuenta todo un poco por encima, mientras él escucha atentamente.

—Así que eso es lo que ha pasado con Javier... Y mi madre está cabreadísima con él. Y yo también, Alfred. Por su culpa...

—No, por mi culpa, Amaia —no quiere ser un mártir, sabe que es tan víctima como Amaia de las triquiñuelas del que fuera su cuñado, pero tampoco le va a culpar a él de todo lo que ha pasado entre ellos—. Él puede haber difundido el rumor, pero la culpa es mía por creérmelo. Aunque una mentira se diga muchas veces, no se convierte en verdad.

—Ya... Pues todo el mundo se lo ha creído. No sé, supongo que así es cómo se destruye mi imagen de princesa de cuento de hadas, ahora soy la bruja —susurra mientras se muerde el labio intentando contener las lágrimas—. ¿Entonces vas a ir a la comida? —cambia de tema de forma radical.

—Sí, has dicho que te apetecía verme, ¿no? Yo no puedo aguantarme las ganas de verte... Si por mí fuera, me presentaba ahora mismo en tu casa.

—Pues ven, entonces —dice Amaia decidida pero algo tímida.

—¿En serio? —pregunta él sorprendido.

—Si te apetece... sí. Y ya vamos juntos desde aquí al Palau para ensayar.

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