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El día amanece un poco nublado en Pamplona, mira el reloj de su iPhone y comprueba que ya es hora de levantarse. En su pantalla también aparecen multitud de mensajes, entre ellos un par de Alfred que le pregunta cómo va todo por su casa. Lleva sin hablar con él un par de días, sabe que esta semana está en Madrid atendiendo a prensa para promocionar su single y la inminente salida de 1016.

Decide echar un vistazo a lo que se cuece en Twitter, hace días que no entra a esa red social. Desde su cuenta b sigue a usuarios que apoyan, o al menos hasta hace un par de semanas lo hacían, tanto a Alfred como a ella; incluso a veces cotillea a esas cuentas que se dedican a subir vídeos del paso de ambos por la Academia, porque añora muchísimo esos días felices.

Lee un par de entrevistas que Alfred ha concedido a distintos medios de comunicación y, precisamente, en la gran mayoría el titular habla más de su vida personal que de la profesional, y eso a Amaia le molesta porque sabe que Alfred es mucho más que un personaje, es un artista que se dedica en cuerpo y alma a la música.

Algunos medios titulan cosas como Mi relación con Amaia ha cambiado, y es cierto porque ahora mismo están en un momento en el que no están juntos pero no han dejado de verse. También lee algo como Ella es uno de los pilares fundamentales de mi vida; incluso hay quien se atreve a preguntarle qué es lo que significa Et vull veure y él, como es lógico, habla de todos los sentimientos que esa canción le produce: Es la mejor manera de decir que nos queremos.

Amaia está molesta. Sabe que la culpa no es suya, que es más bien de los medios que insisten en preguntarle por sus asuntos amorosos y él, por no hacer un feo o por no ser descortés, no tiene problema en hablar con sinceridad.

Sin embargo, vuelve a pasar por su mente ese pensamiento de que a él esta situación le está viniendo de perlas para vender su disco como una oda a una mujer que ha conseguido enamorarle y lo ha dejado tirado cuando más le necesita.

Decide bajar a desayunar, la casa está en completo silencio, vuelve a estar sola y, recordando sus viejos tiempos de estudiante, decide que es buen momento para ensayar en su viejo piano. Las emociones que experimentó la pasada noche con la confesión que le hizo a Ángela le sirven para crear melodías nuevas.

El hecho de que su madre tenga que ir a terapia y que su hermana reciba insultos y amenazas por redes sociales hace que reflexione sobre sus actos. Está claro que nadie lo está pasando bien con la situación, pero no deja de ser su vida y ella ya es adulta para gestionar lo que le pasa, aunque entiende la preocupación que crea en sus familiares cuando el foco se centra en ellos por culpa de sus actos.

Sigue distraída en sus melodías cuando una mano se posa en su hombro y ella se asusta. Cuando levanta la vista del teclado observa que Javier le sonríe.

—Muy bien, ¿ensayando ya para esta noche?

—Que va, yo sólo estaba... —no quiere decirle que estaba descargando su ira contra el piano—. Da igual. ¿Dónde estabas? ¿Has vuelto a quedar para almorzar con tus amigos?

—No, estaba haciendo unas gestiones sin importancia; ya sabes, renovación del carnet de conducir y eso... Bueno, ¿te vistes y nos vamos a ensayar al auditorio o qué? —Amaia asiente—. Luego tendremos que pasarnos por la tintorería y mamá ha cogido cita con la peluquera a eso de las 18:00 —Amaia intenta interrumpirle pero Javi sigue hablando—, no te preocupes, ha dicho que es ella quien viene a casa, así no tienes que perder el tiempo haciéndote fotos y eso.

Los hermanos se dirigen hacia el recinto donde se celebrará la gala. Deben probar sonido, luces y cámaras para que la actuación de esta noche sea perfecta, el público navarro lo merece después de haberse volcado con Amaia de esa manera. La chica clava la actuación, Javier le observa entre bastidores concentrado en que todo esté bajo control.

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