Capítulo Dos

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¡Bienvenido a casa, Grover!

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A las dos de la tarde el pueblo natal de mi familia me recibió con los brazos bien abiertos, alzándose sobre la montaña gracialmente, como un ángel repleto de luz cegadora. Siempre pensé que la palabra pueblo no era la indicada para definir Asheville, ya que poseía todo lo que tenía una ciudad.

Si no incluimos el paisaje, por supuesto. De verdad sentías una relajación inmediata, una calma sonora que envolvía cada nervio de tu cuerpo. Todo era natural: el canto de los animales, la danza de los árboles, la mezcla del silencio y el viento, era como estar solo tú y la vida sin interrupciones y sin personas que se dedicasen a joderlo todo.

Este pequeño detalle me hizo sentir cierto gozo de estar aquí. La última vez que pisé Asheville tenía quince años. Lo recordaba todo al pie de la letra. El tiempo parecía detenerse en este sitio porque todo, absolutamente todo, seguía igual, sin una pizca de envejecimiento. Las casas tenían los mismos colores, la madera estaba sólida, los vecinos se vestían igual, con trajes empresariales y vestidos de terciopelo.

Recorrí el sendero, adentrándome a la zona de los ricos hasta que vi la Mansión Evans en su máxima expresión. Durante el trayecto, observando el panorama, vi que los travesaños poseían en su centro la foto de una chica desaparecida llamada Camille Vowell. No había rastro de ella desde hace un año.

Fruncí el ceño.

Iba a sonar el claxon, pero ya la tía Jenna y su marido Joe me estaban esperando con grandes sonrisas y pancartas.

"BIENVENIDO A CASA, HAIDEN"

"TE EXTRAÑAMOS"

Aparqué el auto frente a ellos y me bajé.

Las escorías no se veían por ningún lado, asi que esbozé mi mejor sonrisa.

-Hola, Jenna-saludé, dándole un abrazo cálido y familiar.

-Oh, Haiden-dijo mi tía en tono melancólico-Estás más alto-añadió dándome un beso en la frente.

La observé unos segundos y giré sobre mi eje para darle unas palmadas en la espalda a Joe.

Mi tía tenía cuarenta y siete años, este era su segundo matrimonio y su cabello rubio, que una vez era largo, estaba cortado sobre sus hombros, y sus ojos azules tanto como su belleza estaban intactos.

-¿Cómo están tus padres?-quiso saber Joe, regalándome una sonrisa algo torcida pero tan blanca que te dejaba ciego temporalmente.

Le iba a contestar lo habitual: "están bien, trabajando duro" pero un grito de la tía Jenna me interrumpió:

-¡VENGAN A AYUDAR A SU PRIMO CON LAS MALETAS MUCHACHOS VAGABUNDOS!

Luego giró y con una sonrisa forzada me dijo:

-No sé donde están metidos esos chicos.

Si fuera por mí, podrían irse toda la vida.

-Déjalos Jenna, Joe y yo las podemos...

-Nonono, tu tío Joe no puede levantar tanto peso. Tiene problemas de espalda, el doctor dice que es por la edad.

Joe se encogió de hombros, entonces Jenna con sequedad añadió:

-Y yo no crié a hombres perezosos.

No, perezosos no. Idiotas

Acto seguido la gigantezca puerta principal empezó a abrirse.

DULCES MENTIRASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora