Capítulo Tres

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¿Estás acostumbrado a ir por allí arruinando la ropa de las chicas?

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Este pueblo estaba repleto de subidas y bajadas. Era como una bendita montaña rusa, y yo apenas sabía montar una patineta. Recorrí el sendero con rápidez y precaución, casi me parto los dientes un par de veces pero logré estabilizarme y llegar a mi destino con todas las extremidades en su lugar. Me disculpé incontables veces con las personas que casi resultan atropelladas cuando al fin observé con alivio la pequeña iglesia de Asheville.


Me sentí tan bien, joder, tanto, que no observé la acera que se cruzó en mi camino.

La patineta se estrelló contra ella y yo salí volando por los aires como Buzz Lightyear en la primera peli.

Caí al piso con un patético grito y rodé un par de veces. Sucio pero con la dignidad intacta me levanté con un quejido y entré a la iglesia lanzando las dos puertas por accidente. Cada una choca contra la pared con un ruido parecido al de un tractor y todas las cabezas giran en mi dirección.


Casi todo Asheville estaba allí.

Mierda. Mierda.

Sonrío ampliamente con las mejillas enrojecidas y cierro las dos puertas con mucha dificultad, ya que al parecer decidieron atascarse para empeorarme el momento.

Todos continuaron mirando el Haiden vs puertas del diablo hasta que gané. Una vez cerradas me adentro en la sala con la cabeza gacha, rogando que la tierra me tragara y fuera tan amable de escupirme en Marte.


Durante la caminata fruncí el ceño. La sala parecía estar dividida en dos secciones: los ancianos, vecinos, niños, amigos y familiares en las hileras de la izquierda, mientras que en la derecha solo habia un caminillo de chicas de mi edad que le prestaban atención a todo menos a las palabras del sacerdote.

La urna estaba en medio de la sala, con la foto del hombre fallecido a un lado: era moreno, de ojos negros y cabello grisáceo, con una sonrisa que marcaba todas las arrugas en su rostro.


Logré ver las cabezas rubias de mi familia y caminé hasta ellos. Estaban en la segunda fila en la hilera que ocupaban las chicas, y entonces entendí la razón de la excesividad de ovarios en la sala: mis primos, sentados cómodamente con sus trajes, pieles de porcelana y tintes salvajes.

Escuchando a una chica hablar sobre "orgasmos Evans" en la iglesia, me senté entre Hyson y Heron, que intercambiaron miradas cómplices y se rieron en voz baja.

Mis ganas de darles un puñetazo no eran normales.

-¿Terminaste de arreglar tu habitación?-me pregunta Jenna en tono maternal, echándose aire con un abanico.

-No.

-Hyson me dijo que llegarías tarde por eso-continua, mirándome extraño-¿Qué te pasó?-me quita la tierra que tenía encima.

-Si, primo, ¿Qué diablos te pasó?-me preguntó Hyson con fingida preocupación.

-Estás en la casa de Dios, Hyson. No maldigas-lo regaña la tía Jenna.

DULCES MENTIRASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora