Capítulo Treinta y seis

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Lluvia de corazones rotos

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Khaisie Moore es una chica linda, astuta e inteligente, tanto que no te molestaba que fuera mejor que tú porque ya sabías que lo era desde el primer cruze de palabras, pero, por igual, es la clase de chica que no sabe perdonar.

Es la clase de chica que se puede  llevar su odio a la tumba.

Apreté el volante con fuerza, esmerándome en respirar, repitiendo en mi mente el largo monólogo que Khaisie encontraría incomprensible y yo demoledor. Conduje a 150 kilometros por hora a su casa, sudando frío...

Las noches en Asheville solían ser oscuras y solitarias, por lo que tuve que frenar bruscamente cuando una figura, agitando sus manos, me hizo marcar los cauchos en el asfalto. El auto quedó en medio lado en la carretera, y encendiendo las luces comprobé que era Kay.

Tenía unos vaqueros negros ajustados, un montón de anillos pequeños en los dedos, un súeter gigantezco de twenty one pilost que le obsequié y el cabello rubio suelto, con su atrapasueños brillando ante la luz que caía sobre él. En su cara se notaba el semblante de reproche: cejas unidas, labios carnosos y rosados fruncidos, ojos azulverdoso llameantes...

Solté el aire con un dolor desgarrándome el pecho.

Cada vez que la veía, mi amor por ella, que debería ser imposible que pudiese aumentar...aumentaba.

Me bajo del auto, cerrando la puerta para apoyar mi espalda en ella. La miro con los brazos cruzados.

-¿Eres adicta al peligro, Moore?-me adelanto a reprocharle-. Para las chica lindas como tú es un peligro caminar sola en medio de la noche, ¿Has visto como luce un pervertido? Porque te vas a encontrar con uno sino paras de hacer esto-señalé la naturaleza en silencio que nos rodeaba.

-Pobre del pervertido que se cruze en mi camino-replicó-. Sé defenderme sola, Haiden brújula moral.

-¿Brújula moral?

-Si tú te encontraras con uno de esos locos, estoy segura que en vez de defenderte te sentarías con él para darle consejos sobre lo bella que es la vida-apenas terminó la frase soltó una carcajada y, si las circunstancias fueran distintas, la hubiera imitado.

-Kay...-abrí el auto para sacar una manta de lana. Me acerqué y la envolví en ella para protegerla del frío-. Me dijiste en una ocasión que si salía huyendo correrías a buscarme sin importar la baraja de complicaciones que podrías tener después-le quito un mechón rubio de la cara-. No quiero que te congeles, Moore.

-¿Cómo puedes acordarte de cosas tan pequeñas?-responde con un dedo de sorpresa, aceptando con mejillas sonrojadas la manta en sus hombros.

-Nada de lo que dices me parece insignificante-le quité el cabello del cuello, besándolo con leves toques hasta llegar a su mejilla. Intenté grabarme todo: su aroma, su cercanía, la suavidad del río de pelo que le cuelga de la cabeza, el color de sus ojos y, más importante, como besarla hacía saltar mi corazón.

-Haiden-Kay me envuelve las mejillas-. No me dejes por fuera.

Esa expresión extraña y fija me hizo entender a que se refería.

-No te dejo por fuera-bajo la mirada-. Evito que te hagan daño, no es lo mismo-le extiendo un disco y ella lo acepta-. Te lo iba a dar después pero...aquí esta. Son canciones que me gustaría que escucharas. Todas te pertenecen.

Sentía calor. Un calor asfixiante.

-Hazme una promesa-pide, sonriéndome como agradecimiento.

-¿Qué clase de promesa?

DULCES MENTIRASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora