Capítulo Cuarenta

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Un dolor, dos cuerpos

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La noche de ese mismo día Hyson Evans parpadeó repetidas veces, como cría de ave recién nacida, viendo todo negro, luego blanco, y posteriormente, borroso, como si una neblina estuviese interfiriendo en sus intentos por entender que pasaba.

Abrió la boca para respirar, inhalando, exhalando, cada vez más lento, cada vez más rápido. Entre las imágenes incoherentes que distinguía vio un techo, un piso color beige, una mesa pequeña con envolturas de oreos regadas por doquier...

Y el primer pensamiento le invade la cabeza:

Camille.

Al instante, una cara delgada y sonriente, con ojos claros calculadores y largo cabello negro ordenado se planta en su campo de visión. Bonita forma de despertar, piensa.

Estira ambas palmas, y recibiendo su petición, Camille estrecha sus manos con las de él, apretando para decir:

-Hy, bienvenido-ella sonríe tristemente-. Ser duro de matar.

-Pequeña-susurra Hyson, percatando en él una voz ronca y cansada. Intenta inclinarse hacía adelante, pero un dolor físico indescriptible le cruza el torso como un relámpago. Suelta un fuerte quejido, aprieta los dientes, se vuelve a recostar en el sofá de la casa de huéspedes y se toca con los dedos ese punto.

Estaba sin camisa, y alrededor de su estómago, aprisionando las caderas, tenía un apretado vendaje que estaba rojizo en la zona que más dolor le causaba. El dolor, agudo, le viajó hasta la cabeza, sintiendo como si espinas le envolvieran el cerebro.

Maldito Caín-blasfema en su interior.

-No moverte-Camille le pone una mano en el pecho para mantenerlo quieto-. Ser apuñalado. Cinco veces seguidas en punto crítico. Perder sangre-le explica-. Casi mueres, Hy...Caín te apuñalo en un punto mortal.

-Me hubiera decepcionado si no-y de repente, Hyson se echa a reír.

Camille se pone firme.

-¿De qué te ríes?

-Mi primera herida mortal-responde Hyson-. Que emoción.

Camille arruga la frente.

-¡No es gracioso!-le exclama ella-. Para mí no ser emocionante. No dormir nada para mentenerte sano.

-Solo estaba jugando-se apresura a añadir Hyson, viendo como Camille lo mataba con la mirada.

-Aprender a diferenciar con qué se puede jugar y con qué no-ella vuelve a acercarse, esta vez con un pañuelo que usó para limpiarle la herida en la cien-. No todo en esta vida ser un juego.

Hyson la miró. Ella tenía la cara arrugada en una mueca rabiosa mientras, concentrada, limpiaba la herida como una enfermera profesional. Estaba muy cerca de él, sentía su aroma invadirle las fosas nasales, su respiración moverle los rubios cabellos en su frente y su cuerpo rozar el suyo como un fino viento.

Camille tenía un rostro exótico, pensaba Hyson, bastante veraniego, hasta un poco infantil, pero un rostro que no pertenecía a Asheville ni a ninguna zona de Estados Unidos.

DULCES MENTIRASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora