SEGUNDA PARTE

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Anastasia llegó al punto en el que solo distinguía uno que otro destello de luz. Una espesa cortina negra camuflaba su vista a cada rato, pero usando las pocas fuerzas que le quedaban decide luchar por no desmayarse.

Ella no moriría. Iba a burlar a la muerte. Aún no era su hora de partir al infierno. No.

Green, uno de sus guardaespaldas, estaciona el  bugatti de Anastasia con tanta brusquedad que un olor a caucho quemado le baja por la garganta a la chica de piel pálida y labios resecos. El otro, llamado Rey, la carga en brazos y se adentra en el sitio donde le salvarian la pesada vida.

Un sitio mejor que el maldito hospital.

La central era del tamaño de un estadio de fútbol, alzada en paredes grises, pasillos luminosos con pintas de laberinto, armamentos que viajaban desde las más pequeñas pistolas hasta las más grandes, dagas, espadas, arcos y otros objetos dañinos decoraban los espacios como cuadros de Picasso para darle una vigorosa apariencia al lugar que los identificara. Los hombres con tatuajes, cigarrillos, caras amargas y nombres falsos se paseaban por los alrededores como un nada silencioso desfile de sangre, mafia, drogas y muerte. En ese lugar existía un gigantezco comedor con el diseño de las secundarias americanas, salas de entrenamiento individuales para cada especialidad: puntería, combate, uso adecuado de las armas, ingenio, drogas, historia de la mafia, torturas, y muchas otras áreas que son difíciles de describir.

Era, desde el punto de vista de un adolescente, una escuela para convertirte en el mejor mafioso de Asheville y con suerte, si sobrevivias, del mundo, sirviendo ciegamente a un hombre en particular, considerado el dios de la mafia hasta en Roma.

De estas centrales en Asheville solo había una, pero regadas por los Estados Unidos y varias zonas de Italia, China y Cuba...bueno, eran incontables.

Apenas Anastasia entró siendo cargada en ese estado tan mortifero, los hombres amargos de la central, al menos dos de los miles que allí se ocultaban, se apresuraron a abrirle paso a los guardaespaldas de ella para que pudieran acostarla en una camilla de la enfermeria.

-Bird-dijo Green, hablando con la doctora, una señora regordeta que al ser salvada por la mafia debía pagar la deuda salvando las vidas de ese clan-. Recibió apuñaladas múltiples en la zona del estómago, a pérdido mucha sangre, va a necesitar una transfusión.

-La doctora aquí soy yo, no tienes que decirme lo que ya sé-Bird se coloca unos guantes, le pone una mascarilla a Anastasia y toma un bisturí-. Ve a darle la noticia al jefe, para cuando venga, ya abré solucionado el daño.

Green salió detrás de Rey, adolorido por la golpiza que Heron le dió hace un rato. Le alegró saber que, para el tiempo transcurrido, ya el chiquillo debió tomarse un vaso entero de pastillas.

Subieron al quinto piso, pasando por la sala de interrogatorios hasta llegar a la sala de torturas. Temerosos, tocan la puerta dos veces y luego abren.

En la sala, que estaba empleada solamente con utencilios que al tocar tu piel deseabas morir al instante, estaba ocupada por cuatro hombres de negro que miraban con sonrisas nada humanas al hombre que estaba sentado en una silla, siendo electrocutado cada vez que un quinto hombre presionaba un botón al no obtener las respuestas satisfactorias que buscaba.

El quinto hombre, imponente en la sala, portando un traje gris con corbata azul oscuro, un cabello castaño con alguna que otra cana y una barba cortada con tanta perfección que no parecía auténtica, gira la cabeza y los mira. Ambos guardaespaldas temblaron de los pies a la cabeza ante ese maligno pero hermoso rostro que les observaba penetrante, expectante, frío, capaz de hacer cualquier cosa...

El Águila.

Era El Águila, y justo así te sentías en su presencia: muerto de miedo.

-Jefe-dijeron al unisono-. Tenemos malas noticias.

DULCES MENTIRASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora