Capítulo Cincuenta y cuatro

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Los juegos de Nolan

Capítulo dedicado a: @andreastefanoni
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Los chicos llegaron a la ciudadela de Nolan la madrugada de un domingo. Si los exhaustos cálculos de Haiden era correctos llevan aproximadamente cinco días dentro de sus respectivas habitaciones.

Las habitaciones del pánico. Las habitaciones juguetes de Nolan que los mantenían prisioneros.

Debe ser viernes, y uno de los peores y nada emocionantes. Actualmente la palabra viernes solo significa que les queda un sábado y un domingo para el lunes, o en palabras más acertadas, para el final de sus vidas sobre la tierra. Por la cabeza de todos corrió el pensamiento de que el día lunes en realidad era una luz al final del túnel, como una probadita de paz permanente.

Dejarían de sufrir.

No han estado pasandola de maravillas. Los últimos cinco días fueron tan horrendos que preferían estar muertos, acompañados solo de una profunda oscuridad como si nunca hubieran existido. Como si nunca hubieran conocido la auténtica tortura en cuerpo y alma. Ya no eran cuatro chicos viviendo un encierro por un desequilibrio en el temperamento de Nolan.

Ahora era cuatro chicos viviendo en el infierno.

Cuatro chicos.

Cuatro habitaciones del pánico.

La primera habitación era la de Camille. La chica estaba en un cuarto completamente oscuro, acostada en una incómoda cama, atada en una posición que parecia crear un ángel de nieve. El pelo le dormía alrededor de su golpeado rostro, y en el cuello llevaba una cuerda que le apretaba tanto que no respiraba bien. Desde su garganta brotaban sonidos ahogados, como si cada segundo pudiera ser el último. A veces los pulmones le colapsaban, los sentía cansados y dañados, por lo que en varias ocasiones terminaba desmayada. Nunca la soltaban, nunca, y los esbirros de Nolan eran libres de hacer con ella lo que se les viniera en gana. En una ocasión depositaron sobre Camille serpientes, ratas y arañas. Todos vivos. Se movían sobre su piel.

-No te muevas, pequeña puta, si una te muerde...-El esbirro, con un ademán, le deja claro que morirá. Se ríe junto a sus compañeros.

A Camille le burbujea el miedo, se la pasó gritando y llorando. A esos esbirros les gustaba golpearla, demostrarle quien manda. Prefería que la golpearan a que depositaran un batallón de insectos sobre ella de nuevo. La comida que le daban consistía en desperdicios, incluso a veces antes de servirle su dosis le escupian el plato de uno por uno como si fuera un acto divertido y además inteligente. Sospechaba que con el agua, sucia en el fondo, llevaban a cabo algo similar. Luego estaba Steven, el capitán Steven, responsable principal de sus más grandes dolores.

-Grita, que mientras más fuerte lo hagas más me excito-le decía, lamiéndose los labios. Era un loco cuarentón con una cara huesuda y dientes amarillos de tanto fumar. Le fascinaba el arte de golpear cosas, si eran humanos mejor. Para él, los gritos de Camille eran recibir la bendición de Dios los domingos en una misa.

En cuanto a ella, en esos momentos su única fuerza era Hyson.

Hy, ¿Puedes oirme?-pensaba ella-te amo.

La segunda habitación era de Heron.

Su única ventaja era que no lo golpeaban. Sabían que tratándose de él unos cuantos golpes lo acabarían en un santiamén, pero eso solo expandió la imaginación de Nolan, que diseñó para Heron cuatro paredes que atacaban el centro de su claustrofobia.

DULCES MENTIRASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora