Capítulo Ocho

564 34 4
                                    

Un beso bajo el reflector

*Reproduce la canción en multimedia cuando los personajes la estén escuchando*

□□□●□□□

A medida que me acercaba al karaoke una fina, silenciosa, calmada y fría lluvia caía sobre Asheville. Un aviso enorme y brillante instalado sobre el techo de un local me anunció que al fin estaba a unos pasos de verla.

Estacioné el auto en una zona segura, pensando que el sitio en general me inspiraba desconfianza y ajustando mi ropa por quinta vez, quitándole el polvo invisible, me aproximé a la entrada con las manos escondidas en los bolsillos de mi pantalón.

Un gran señor moreno con evidente alopecia estaba parado como un gorila en la entrada.

-Identificación-pidió, extendiéndome su palma vacía.

Puse mi espalda firme para parecer intimidante y usé mi voz más gruesa.

-Eh, no la necesito-eso no sonó convincente y mi voz gruesa parecía un caucho espichado, a saber cómo.

-Si no tienes identificación puedes largarte, niño-me regañó con mirada exasperada.

Inflé mis mejillas y solté el aire. En momentos como este pensaba que ser bueno y estúpido eran la misma cosa.

Si fuera Hyson, ya el hombre sería alimento para caníbales.

Pero como soy yo, un chico demasiado bueno como para defenderse y con una medalla en aguantar mierda con tal de no buscar problemas, solo dije:

-¿Cúanto quiere para dejarme entrar?

Le di cincuenta dólares y con una sonrisa en su horrible cara se quitó para dejarme el paso libre.

Cuando entré al bar solo vi un pasillo oscuro con paredes en movimiento por la fuerte música que provenía del otro lado de una puerta de confeti. Me encaminé hacia allá y al sentir el confeti en mis dedos, entré.

Todo lucía increíble.

Luces de colores le daban un toque de discoteca, las mesas al rededor eran circulares, de modo que la pista de baile era más espaciosa; el bar era extenso, con hileras de personas tomando tragos y compartiendo besos.

El karaoke era una pequeña tarima con un televisor que mostraba la letra. El lugar está infestado de gente y, si esto fuera un hotel, Trivago le daría cinco estrellas.

Lo primero que llamó mi atención fue una Jukebox bastante conservada, pero antes de caminar hasta ella con pura curiosidad, dos chicas más blancas que Daniel Radcliffe me tomaron por los brazos.

Eran dos escoltas con un físico perfecto: cabellos largos como los de una gitana, maquillaje natural que acentuaba la vista en sus ojos y un uniforme provocativo: cortos shorts de jean, tacones negros, una blusa manga larga que dejaba a la vista todo su estómago y, asimismo, evitaba que tu imaginación trabajara en descubrir que podrías encontrar bajo la tela.

Ambas envuelven sus brazos en los míos sin intenciones de dejarme ir, y como dije anteriormente, soy muy bueno y estúpido, (que tal vez son la misma cosa) para rechazarlas, entonces las dejo conducirme a una mesa para dos.

Me senté y les di las gracias.

-Aún no me lo agradezcas-me dijo una de ellas, con ojos grises y voz aguda-. Todavía no hago la mejor parte.

Sin saber que decir, asentí. La otra, mirándome ostenciblemente, me preguntó:

-¿Te traigo algo de tomar, guapo?

DULCES MENTIRASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora