Capítulo Treinta y cinco

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Khaisie

-Tienes que ver la película conmigo, Haiden.

-No quiero ver Tango en París-replica mi castaño favorito-. Demasiado macabro para mí.

-Pero...-arrugo la frente-. No puedes salirte con la tuya, imbécil.

Haiden rió, esa risa que me causaba escalofríos agradables si él las producía.

-Khaisie, en esa película realmente violan a la actriz, ¿Por qué eres tan oscura? Veamos Volver al futuro y todos ganamos. Eso si es un clásico.

Lo miré sin decir palabra, pensando que, esta falta de acuerdos entre nosotros sin ningún problema podría terminar mañana.

Por eso di mi brazo a torcer.

-Como quieras. Eres un necio de primera.

-Kay, no seas estúpida-palmeó el mueble para que me sentara a su lado.

Le saco la lengua y pongo Volver al Futuro, lanzándome en mi lado del mueble para quitarle las cotufas a mi Hércules. Reposé mi cabeza en su hombro mientras el me rodeaba con sus brazos y metía cotufas con rápidez en mi boca para hacerme atragantar.

-¡Basta! ¿Quieres matarme o qué?-pregunté en balbuceos.

Besa mi frente.

-Solo quería escuchar tus quejidos para burlarme, pero ya sabes, Kay, a veces planeas una cosa y te sale otra completamente diferente.

Le recorro la cara con la mirada, tan cerca de sus labios que solo quería besarlo.

Siempre quiero besarlo.

Transcurrieron tres horas desde que Haiden llegó a mi casa con palomitas, refrescos y con la insistencia de ver peliculas clásicas, que según él, son mejores que las de hoy en día.

Por supuesto pensaría algo así, su alma es la de un anciano de ochenta años.

Perdimos las primeras dos horas en una charla que consideré en extremo delicada, incluso me entraron ganas de cerrar las cortinas y escondernos en el sótano por si alguien nos estaba espiando. Haiden fue de lo más abierto conmigo, explicándome en detalle lo que ocurría en la Mansión Evans, la verdad sobre Joe y la nueva amenaza además de El Águila.


Me regañé a mí misma por preocuparme tanto, ¿Qué tal si ese Campeón lo buscaba? Él aseguraba que no sería el caso, que Campeón solo era otro entre tantos que quería vengarse de los hermanos. Pero uno nunca está tan seguro.

El mal es una enfermedad, y tarde o temprano los va a cubrir a todos en esa casa.

No se lo he dicho, pero he notado cambios en Haiden, cambios pequeños pero visibles ante mis ojos, puramente plásmados en sus nuevas formas de caminar, de hablar, de mirar, de expresarse, en como incluso su lado espiritual parecía haberse torcido ligeramente. Honestamente, no creo poder salvarlo.

DULCES MENTIRASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora