Capítulo Treinta y nueve

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Sus últimas palabras

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La noche, oscura como un cuervo, observó con sus ojos de estrellas a dos chicos que conducían un volkswagen directo a una casa situada en los suburbios de Asheville.

Hyson decide detenerse a una distancia prudente de la casa Vowell, ocultando su auto de cualquier persona que se le ocurriera fisgonear por las ventanas de sus viviendas a esas altas y frías horas.

Camille miró su hogar con una sonrisa tan grande, aliviada y feliz que Hyson sintió que, después de tanto tiempo, hacía algo bueno por alguien además de Heron.

La casa tenía una fachada ilumimada, un porche limpio, desprendía olor a pintura por la reciente remodelación y, con todo el patio que poseía, un laberinto pulcro y tenebroso decoraba como una estatua de gente rica.

Más bien, la casa en general parecía habitada por gente rica.  La familia Vowell, en cuentas claras, no lo era.

-Adornaron casa-dijo Camille, comiéndose las uñas.

-Tal vez tu padre se sacó la lotería-bromea Hyson, refugiándose en el sarcasmo. Le saca la mano de la boca a Camille.

-¿Crees que familia estar feliz de verme?-pregunta ella, ansiosa, temblando ligeramente por los nervios o por el frío. Tal vez por ambas cosas.

-Si, todo va a salir bien-Hyson le aprieta la mano en señal de apoyo-. Tranquila.

-¿Querer acompañarme?

-No-dice Hyson-. Sé que toda madre sueña con un novio para su hija como yo, digo, voy a Harvard, soy existoso y sus nietos serían iguales a mí. Pero es tu momento. Otro día los deleitas con mi presencia.

Camille le golpea el hombro, se arregla el cabello, prepara una sonrisa y dice:

-Estar lista.

-Genial, ahora bájate de mi auto-Hyson le abre la puerta-. Solo tienes diez minutos, no lo olvides.

-¿Cómo olvidarlo? Tú repetirlo siempre-y ve a Camille alejarse.

Suelta una risotada y se acomoda en el asiento.

La vio abrazándose a ella misma por el gemido del viento invernal que azotaba el pueblo. Para llegar a la puerta de su casa debía caminar una distacia considerable, larga y justa para su seguridad. Camille recorrió la carretera con un paso decidido y apresurado. Hyson pensó que nada iba a salir mal.

Uno de los varios problemas de Hyson Evans era su hiperactividad. No podía estar quieto, se aburría con facilidad. De modo que, luego de usar sus piernas como tambores y jugar Sonic en su teléfono, decide mover los bótones de la radio para buscar una buena canción. La señal estaba fallando ese día, por lo que la radio resultó ser más interferencias que canciones. Soltó una maldición, golpeó la radio, pensó en sacarla y lanzarla por la ventana cuando los rumores de la calle hacen que levante la mirada y ve a Camille.

Se sintió palidecer.

Desde su distancia, logró detallar a hombres de negro rodeando la casa Vowell desde ángulos donde podían pasar desapercibidos. Llevaban armas, y a través de señas militares avanzaban para atacar.

A Hyson se le aceleró la respiración y la ira empezó a brotar como grifo descompuesto. Camille no los veía, y ellos tampoco a ella porque todavía estaba lejos, fuera de su campo de visión.

Aterrorizado por no llegar a Camille a tiempo, busca una pistola que nunca sacaba de Ted, la misma que Roma le regaló cuando se conocieron y, acomodándose el suéter gris, corre a toda prisa hacía ella.

DULCES MENTIRASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora