Capítulo Veinte

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Mar de lágrimas

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Han transcurrido dos semanas desde la fiesta en casa de los hermanos Evans.

Semanas, para mi gusto, felices y sobre todo, tranquilas.

Nolan a pasado esa dos semanas en la casa veraniega de su familia al otro lado del pueblo, pescando y jugando domino con sus abuelos y sospecho que comiendo malvaviscos a escondidas con el resto de su círculo familiar.

La partida de mi mejor amigo esos días especiales del verano eran más que dolorosas. Me la pasaba sin poder dormir, con una roca en el pecho sustituyendo el corazón que él se llevaba, con el estado de salud deteriorándose para que al llegar al doctor me dijeran que era algo mental y no físico. La cuestión era que no podía vivir sin él, ¿Cómo podría? Si Nolan es como una parte fundamental de mi cuerpo. Esa persona que siempre ha estado y va a estar allí. Esa a la que puedes decir sin pena: "Oye...me estoy cagando"

Sin embargo, aunque suene horrible, no pensé en Nolan estos días, asi como tampoco pensé en lo que me mantenía respirando: mi anhelada venganza.

Esas dos cosas, que juntas me mantenían equilibrada, seguían siendo importantes, por supuesto. Pero algo más estaba reinando en mis prioridades.

Algo más me está cambiando por completo.

Haiden Evans, mi sensual Hércules.

No le he dicho lo que descubrí de Heron. Estuve a un segundo, pero Haiden, masajeando mis hombros, un gesto que volvimos costumbre, me dijo que no deseaba saber nada sobre planes, secretos o cualquier anécdota que incluyera a un Evans de por medio.

Yo fruncí el ceño, con la lengua picante y lista para pelear, pero luego, con su hermoso rostro fijo en el mío, añade que tenía en mente aprovechar estas semanas para nosotros, y cuando Nolan regresara, podíamos empezar de nuevo.

A pesar de que el comentario me hizo temblar de los pies a la cabeza, mi deber era replicar.

Me negé tres veces, y él insistió treinta.

Era más necio que yo. No se daba por vencido.

Y bueno, a regañadientes, acepté.

Gracias al señor Odín, porque fueron días maravillosos. Llegamos a un punto en el que nos conociamos tanto que podía terminar las frases por él.

Y sin embargo, no nos conociamos en absoluto.

Porque claro, Haiden se guardaba algunos misterios.

Y yo me guardaba los míos.

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-Haiden, no vayas tan rápido.

-¿Quieres que me mueva lento?

-Si, por favor.

-Sere sútil contigo, ni que fuera la primera vez que lo hacemos.

-Se me apagan las ganas.

-Te las puedo volver a encender de una.

-¿Crees que vas a convencerme con eso?

-Si

-Mierda, funciona.

-Lo sé-sonríe-¿Lo podré meter con todo después?

-Como tu quieras.

DULCES MENTIRASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora