La traición, hermano.
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Narrador
Heron Evans pensaba que, si fumaba un poco y se concentraba en la canción de Elton Jhon que sonaba de fondo estaría menos ansioso. Pero ni por esas.
Se hallaba en un restaurant carísimo con decoración ochentosa; las paredes de cerámica estaban recién pulidas, el piso era de una madera antigua, luces amarillas opacas marchaban en filas por un techo decorado con cuadros dinimutos color azabache, los trabajadores lucían trajes negros con corbatas parecidas a las que portaban los payasos de circo, y las mesas con manteles vinotinto, exclusivas para dos personas, simbolizaban privacidad y el tan deseado anonimato que Heron buscaba al estar cubiertas por una cortina que volvía la estadía de los comensales más placentera y privada. Servían vinos que sobrepasaban los mil dólares, el bar tenía un diseño gustoso al ojo crítico, de modo que todos estos elementos juntos le daban al ambiente un aire de realeza, de estar dentro de un tesoro histórico, un lugar congelado en el tiempo como la última partida de ajedrez que nunca reaunidó con Anastasia.
Anastasia.
Joder.
Hoy, por primera vez desde que la conocía, la vería en un lugar fuera del Club Maravillas. Estaba nervioso, solo quería salir pitando de allí y estar con Anastasia en un lugar donde no tuviera que preocuparse por las personas atrevidas, los curiosos paparazzi, los contactos de su hermano que podrían espiarlo y delatarlo...eran muchas cosas en su contra, pero debía mantenerse enfocado, sereno y, lo más difícil...indiferente.
Nada de esto le hacía una puta gracia, pero, recordó que nunca ha tenido una cita real con su novia. Se lo debe, sin dudas, y si se van a casar para irse de Asheville para siempre al menos debe intentar tener un desayuno tranquilo con ella en el pueblo que lo acogía desde hace diecisiete años.
Se pasó ambas manos por el rojo cabello y luego por la nariz, rascándose las pecas como si pudiera quitarselas de una por una. De repente se había fumado una caja entera de cigarrillos y solo le quedaban unos dos extra que le quitó a su padre. Llevaba sus audífonos en el cuello, una camisa blanca que lo volvía más paliducho con dos botones sueltos que dejaban a la vista un poco de su pecho; unos pantalones negros pegados se ajustaban a sus caderas, sus botas negras estaban relucientes de nuevas y unos costosos anillos le apretaban los dedos. Se veía guapísimo pero despreocupado, serio pero reluciente de nerviosa alegría, fastidiado pero atento...
Eso era Heron Evans, algo complicado de describir.
Las costillas le apretaban los órganos y creyó no respirar. Se levantó de la mesa número cinco, un tanto fatigado, y en cierto punto decide sacar el cuerpo por la cortina privada que escondía su mesa y, justo ahí, ve a través de los vidrios del restaurant un bugatti estacionándose bruscamente contra la acera. La gente miró el coche como si fuera un pedazo de luna. El corazón galopa en el pecho de Heron cuando se bajan dos guardaespaldas y, posteriormente, Anastasia.
Soltó el aire como si ya no lo necesitara, porque su verdadero oxígeno acababa de llegar a lo grande.
Anastasia Jones baja de su bugatti y, apenas coloca un pie cubierto con un duro tacón naranja opaco en el suelo, se siente hasta en el centro de la tierra lo poderosa que puede llegar a ser. Ella camina con su falda corta derramando confianza, sus ojos azules se mantenían fijos en su destino y el cabello rubio danzaba contra el viento, dándole un toque salvaje que le picaba en la piel a todos los presentes. Las personas se apartaban con admiración y miedo cuando llegó hasta Heron y le regaló una inmensa, derecha y blanca sonrisa. La amaba, la amaba tanto que era casi demasiado.
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DULCES MENTIRAS
Teen Fiction#18 en extraño #20/10/19 #3 en encanto Haiden, Khaisie y Nolan saben lo que tienen que hacer: acabar con los hermanos Evans de una vez por todas. Acabar con esos dioses griegos que dominan el pueblo de Asheville. Cuya belleza oculta un centenar de...