DE COMPRAS Y EL JOVEN MALFOY

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Lucius Malfoy salió galantemente vestido de la gran mansión en la que hasta hace algún tiempo vivía, recién había hablado con Narcisa y ella pareció entenderle de inmediato. Qué gran amiga tenía en ella. Narcissa con su lento andar, con la barbilla en alto al mirar y esa grácil figura que se imponía donde pisaba su pequeño pie. Su Cissy fue criada en una familia de renombre como los Black, tenía todo lo que un sangre limpia podía desear. Al hablar podía armar o destruir, su sonrisa era capaz de obtener cuanto desease, pero sus ojos... su esposo jamás pudo descifrarlos. Hubo veces en que le pareció ver en ellos un gramo de compasión pero luego, de nuevo había soberbia, porque era bella y lo sabía, todos la admiraban y lo elogiaban por tener una esposa tan hermosa.

No supo en qué momento los tratos de esa mujer se fueron dulcificando, quizá fue el amor de madre o ese amor no correspondido que aun guardaba en el alma, pero con el paso del tiempo, si bien no compartían pasión, el gran Lucius Malfoy podía decir que realmente tenía una amiga.

Una amiga que noche a noche lo esperaba con la puerta abierta cual doncella esperando por el caballero andante que viene a rescatarla de la prisión, una amiga que lo escuchaba aunque sus palabras fueran hirientes, que trataba de abrazarle aunque fuera corrida del lugar sin lograrlo, esa que le aguantaba las mil y un infidelidades, porque sabía que en el fondo era un buen hombre.

Sólo Narcissa Black veía a través de su esposo, ella era la única capaz de entenderlo y cuidarlo, lo que más deseaba era verlo cambiar, ser un hombre nuevo y sin saberlo, lo logró. Lo logró porque llegó un momento en que ambos podían mantener una leve conversación, una sonrisa de respeto y alguna que otra suave caricia, pero no más. Entre más se estrechaba esa débil amistad, el hombre más se alejaba de esa gran mansión llamada hogar, ¿la razón? Un pequeñuelo de rubios cabellos había crecido.

¡Qué rápido pasaba el tiempo! Mientras su padre cuidaba los negocios, tenía amores de una noche o dos y tramaba macabros planes para el futuro, el pequeño crecía admirando la figura paterna, a ese padre que le apoyaba y le instaba a seguir con la frente en alto repitiéndole a cada segundo que era un Malfoy y debía mantenerse siempre altivo, y orgulloso. Pero ese pequeño, habría cambiado cualquiera de sus posesiones más valiosas porque una noche, su padre se hubiera quedado en casa, porque le hubiera besado antes de dormir o porque entre sus brazos le leyese un cuento. Jamás algo así fue hecho por el mago.

¿Un cuento? En su vida había tocado uno... o tal vez... no lo recordaba, la infancia de Lucius Malfoy se tornaba tan lejana y turbia que en ocasiones se olvidaba de que alguna vez también fue niño.

Trató de cuidar de su hijo como le criaron a él y conocía a la perfección sus errores y aciertos, sólo que le costaba admitirlos. ¿Acaso en la guerra no deseaba más que a nada estrechar a su hijo entre los brazos? ¿Acaso no prefería morir que hallar a su hijo sin vida? ¿Acaso no sucumbió ante el llanto cuando aquella lechuza del ministerio llegó, anunciando que el niño que vivió le regalaba la libertad?

Lo hizo, gruesas lágrimas bajaron por sus mejillas en esa ocasión, pero se apresuró a limpiarlas, tal y como hizo al ver a Draco. Ahí estaba su retoño, sangre de su sangre, lleno de heridas en rostro y cuerpo, temblando pero con una sonrisa en el rostro... todo había acabado y su madre le abrazaba como la cosa más valiosa del mundo ¿y él? Sólo pudo decirle "bien hecho". ¿Bien hecho, qué? ¿No pensaba abrazarlo y besarlo? Si lo deseaba nadie lo supo, porque ese adolescente no pudo sentir el calor y la protección de su padre, se limitó a sonreír con dulzura y aparentar que todo estaba bien, al fin, eso era lo que le habían enseñado.



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SEÑOR AMANTE (Lucius Malfoy y Ginny Weasley)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora