UNA CONVERSACIÓN CIVILIZADA

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Draco Malfoy salió del departamento de Blaise sin cruzar palabra con su mejor amiga, parecía como si las palabras se hubiesen agotado en aquel abrazo, ambos dijeron mucho más de lo que creían. Ya habría tiempo para ampliar su conversación más adelante. El traje prestado le hacía sentir algo incómodo, pero no le importó, necesitaba pensar, pensar mucho.

Sólo hasta que estuvo en plena calle, demasiado alejado del departamento donde su amiga se hallaba mirando la foto junto a su amado, cayó en la cuenta de que no tenía a dónde ir, tampoco sabía hacia dónde dirigirse. El gran Draco Malfoy estaba solo, completamente solo en medio de la nada, pensando en lo que haría con su vida, con su padre, con todas las personas que le rodeaban. 

¿Qué mal había hecho para merecer todo aquello? Responder sinceramente era darse un gancho a sí mismo justo contra el hígado. La respuesta era simple: mucho, muchísimo mal. Había matado sueños, esperanzas, había pisoteado a los débiles sin darse cuenta de que él era mucho más vulnerable de lo que llegó a pensar. Pero nada de aquello lo hizo por sí mismo, todo era parte de la misma farsa, de la puesta en escena que era obligado a llevar a cabo, fingiendo, siempre fingiendo.

Caminando no tardó en encontrar un café al que no dudó en entrar, pidió en forma distraída uno; caliente, cargado y amargo. No quería volver a embriagarse, necesitaba estar plenamente consciente para encontrar una ruta de escape del laberinto en el cual se encontraba perdido justo en ese instante. Regresar a Francia, quedarse. Hablar, no hablar. Ser o no ser.

Todo apestaba.

Se sentó en la mesa más retirada del establecimiento y se puso a mirar a los peatones que transitaban la calle, iban presurosos, sonrientes, felices de la vida. Magos y brujas con la vida libre de las preocupaciones que él tenía, quizá fueron víctimas de la guerra, quizá perdieron algún familiar, pero ya no lo recordaban, lo habían superado. Él no.

Sepultó su pasado. Lo sepultó, no lo superó.

Las cosas no deben enterrarse, deben enfrentarse, no puedes negar quien eres en realidad, lo sabía. Pero ¿quién era él? Eso lo desconocía. ¡Cuánto envidiaba a esos pequeños que corrían sonrientes ante él! Libres de elegir su destino, libres de hacer cuánto deseasen porque sus padres les veían como seres con derechos, con sentimientos y virtudes, para los suyos solo fue una marioneta.

Una hermosa marioneta, diría su amiga, pero al fin y al cabo eso, una simple marioneta para exhibir, para manejar al antojo y conveniencia de otros.

Tan absorto se encontraba, tan distraído estaba que no se percató en qué momento la dependienta dejó una humeante taza de café en su mesa y mucho menos de que una castaña le observaba con una sonrisa en el rostro. Con sumo cuidado dio un largo sorbo a su bebida, quemaba, no le importó, deseaba que la amargura del café negro le quemase la garganta y arrebatara el nudo que le consumía, las penas que le atormentaban.

SEÑOR AMANTE (Lucius Malfoy y Ginny Weasley)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora