¿QUÉ DIRÁS?

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Ginny no pudo recordar a qué hora logró conciliar el sueño, de lo único que era consiente en ese momento fue del enorme dolor de cabeza que tenía.

Se paró lentamente de la cama y avanzó hasta su espejo, definitivamente no era su mejor día, grandes ojeras marcaban su rostro y su cabello recogido el día anterior, ahora estaba semi-suelto y enredado.

Con algo de dolor se quitó los pasadores que le colgaban y fue directo a darse una ducha, sería lo mejor. Cuando hubo salido pensó en vestirse con pijama, pero recordó que Ron regresaba de su misión y de seguro iría a casa para comer. Tomó un pantalón de mezclilla y una blusa de tirantes, con eso y una gran sonrisa sería fácil engañar al más enojón de sus hermanos.

De nuevo se miró en el espejo, las orejas ya casi no se le notaban, pero cualquier cosa diría que fue por el maquillaje, su hermoso cabello rojo caía despreocupadamente sobre su espalda dejando un rastro de agua en el suelo.

¿Era bonita? Sí lo era. Desde pequeña lo había sido, pero con el tiempo adquirió unas curvas deliciosamente perfectas, sin necesidad de llegar a ser muy marcadas, llamativas o como mujer mayor, era una adolescente bien dotada.

Entonces ¿por qué Harry no la había querido?

Durante años se cuidó de Hermione, pues conocía los celos que tenía su hermano de que Harry se enamorara de ella, pero tras comprobar que con todo ella era más bonita y menos enojona que la griffyndor se volvieron amigas y dejó de temer. Al final resultó que la que se lo arrebató fue quien menos se esperaba, su mejor amiga...

Imaginar al grandioso salvador del mundo junto a ella ¡era imposible!

Lunática Lovegood y... no ¡era imposible!

Quería mucho a su amiga y jamás pensó que la pudiera traicionar de aquella forma. Ella, a quien contaba sobre sus ilusiones y planes, ala que había prometido ser la madrina de su boda con Harry y que la acompañaría a escoger el vestido.

Ahora no había nada: ni novio ni amiga ni boda ni madrina... cómo algo que crees maravilloso se puede derrumbar en tan sólo un segundo. Y después de todo, lo único que te pueden decir es: qué lástima, se nos murió el amor...

—Ginny —llamó cautelosamente George a la puerta—. ¿Está todo bien?

—Sí, bajo en seguida —le respondió con la mejor voz que pudo—.

—Bien —fue lo único que se escuchó antes de unos pasos descendiendo las escaleras de madera antiguas de la madriguera.

Su casa seguía siendo la misma; vieja y humilde, pero llena de amor. Los hijos mayores del matrimonio Weasley iban todos los fines de semana y Ron estaba juntando dinero para junto con George remodelar la casa, pues tenía buenos recuerdos y preferían arreglarla que comprar otra nueva. Afortunadamente el irresponsable de Ron era buen auror y George había seguido con el negocio de las golosinas mágicas.

Se acomodó el cabello y bajó a la cocina, donde se encontró con una Molly lavando los platos del desayuno. ¿La hora? No la sabía, no había querido verla cuando se levantó pues supuso que era tarde.

—Hola mamá —saludó al tiempo que se sentaba en el comedor—.

—Pensé que no bajarías

—Pensaba hacerlo temprano pero como me dormí tarde con el peinado, decidí tomar un baño y... bueno, recordé que Ron vendrá a comer.

—Cierto —aceptó su madre sin mirarla— por eso necesita quedar todo esto bien limpio o se le meterá la idea de comprarme algún producto muggle para la limpieza.

—Deberías de hacerlo con magia —sugirió su hija al ver lo mucho que batallaba tallando los platos—, usualmente la ocupas.

—Lo sé, pero el gracioso de tu hermano ha escondido mi varita en quien sabe que parte.

—Tranquila, la traeré con un hechizo convocador —aseguró hurgando su pantalón hasta caer en la cuenta de que estaba arriba— pero... lo siento, tendré que ir a buscarla.

—No te preocupes en un rato irás.

—¿Y George?

—Se acaba de ir, sólo subió a ver si necesitabas algo, como era tarde comenzamos a preocuparnos.

—Lo lamento, supongo que papá se habrá ido al ministerio muy temprano

—Sí y muy preocupado, deberías enviarle una lechuza diciéndole que estás bien.

—Tal vez, voy por mi varita —dijo parándose ruidosamente

—Ginebra —la llamó su madre y la pelirroja supo que estaba en problemas o que había una conversación de la que no podría escapar.

—¿Sí, mamá?

—Necesitamos hablar, siéntate, bien, ahora —se acercó hasta su hija—. ¿Qué piensas hacer? Tu hermano no tardará en llegar y nosotros creemos que lo mejor es hablar con Harry.

—No, yo... he estado pensando y quizá lo mejor sea que yo hable con él

—¡Por Merlín, Ginevra! ¿Cómo piensas hablar con el hombre que te utilizó, que...?

—Será lo mejor, independientemente de lo que me haya hecho sigue siendo el mismo Harry que conocieron, aquel niño delgado y solitario que vieron por primera vez en la estación de King Cross.

—Aún así.

—Simplemente imaginen que tiene derecho a amar a quien quiera, además fui yo la que lo obligó a ser novios en Hogwarts, él no quería para no molestar a Ron y porque su destino aún no estaba definido... pero yo insistí.

—Desde ese punto tienes razón.

—Lo sé, lo mejor será ir antes de que Ron llegue, debemos ponernos de acuerdo para dar la misma versión.

—Bien, entiendo. ¿A qué horas vas?

—Ahora mismo —contestó poniéndose nuevamente en pie—, sólo voy por mi varita y salgo a Grimmauld Place.

—Con mucho cuidado, amor —aconsejó su madre—. Te estaremos esperando en la comida.

Ginny asintió rápidamente con la cabeza, subió a la recámara y tomó la varita de la mesa de dormir, no perdió un solo segundo en el espejo y salió a toda prisa a la casa del difunto Sirius Black, no dejaría que Harry la viera destrozada, hablaría claro con él y fingiría como sólo ella sabía hacerlo, diciendo con una gran sonrisa: en hora buena. 

SEÑOR AMANTE (Lucius Malfoy y Ginny Weasley)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora