Capítulo 30.

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Macarena Achaga.

La tomé de la mano y caminé hacia la habitación, cerramos las cortinas y luego serví algo de comer en la pequeña mesa, un poco de lasaña y algo de vino, que después de tantas copas me ha encendido un poco más.

- Se ve delicioso.

- Prueba -dije.

Pellizque el plato y lleve mis dedos a su boca, abrió los labios y los roce un segundo.

- Está riquísimo.

- ¿Verdad?, es una receta de mamá.

- Bueno, es deliciosa -me sonrió.

- Una copa más de vino y juro que te... -la vi ponerse roja.

- ¿Qué? -reí coqueta.

- Y juro que te besaría de nuevo.

- Bueno, hay un par de botellas más, yo no tengo prisa, ¿crees que Ale se enoje si nos quedamos aquí?

- ¿En serio? -la vi morder su labio-. Bueno no lo creo, mientras dejemos todo en orden.

- Pues ¡salud! -choqué mi copa con la suya.

Cenamos, en realidad no tengo hambre, al menos no de lasaña, sólo quiero observarla, quiero disfrutar este instante, quiero que esto valga la pena, aunque quizás estoy siendo un tanto exigente, porque ya hicimos que valiera la pena.

- Auch -exclamo.

- ¿Qué pasa?

- Algo me entro en el ojo -dijo parpadeando, vi que su ojo derecho comenzó a llorar al instante.

- Déjame ayudarte.

Me puse de pie y camine hacia ella, me paré justo delante, me incline para soplar sobre su ojo, luego limpie su lágrima.

- Listo, creo que era una basurita -dijo y me sonrío.

- Eres hermosa Bárbara. No sé porque no aprecie cada que pude esto.

- ¿Qué? -respondió nerviosa.

- Tenerte tan cerca.

La noche comenzaba a caer; me acerqué un poco más, chocamos nuestras frentes, parece que nuestra respiración se ha sincronizado, la tomo de ambas manos y ella se pone de pie, la rodeo con mis brazos, observo un momento su cuerpo, levanto la mirada, muerdo mi labio, me inclino para besar su mejilla, beso tras beso, hasta llegar a su oído.

- Me encantas... -susurró.

No hay música, la luz es tenue, parece que escucho mi corazón latir muy fuerte y de repente, parece que su corazón se ha unido a mi sinfónica.

- ¿Me concedes esta pieza? -le digo y extiendo mi mano.

- No hay música -respondió risueña.

- ¿Quién necesita música?

Me extendió la mano, la rodeo nuevamente con los brazos, comenzamos a bailar lentamente, con nuestras mejillas juntas, comencé a tararear algo sin sentido y ella siguió mis sonidos, imposible no sonreír y es que es muy curioso, con ella no me siento tonta, con ella, me siento libre, me siento yo.

El aire soplaba y la cortina parecía danzar junto a nosotras, tomé su mano y la hice girar, me acerque a las copas, puse una en su mano y luego le pedí que cruzáramos los brazos, para hacer un típico brindis de película, ambas reímos como tontas, puse las copas de nuevo n su lugar, la abracé de nuevo y comenzamos a girar, puse mi pierna y la recosté un poco, ella se sujetó a mi cuello, la incorpore de nuevo a mi lado, me abrazo y me aventó a la cama, comencé a hacerle cosquillas, no tenía idea de que Bárbara fuera tan cosquilluda.

Prométeme una sola cosa..., no te vas a enamorar.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora