Capítulo 1

1.4K 160 63
                                    

. . .

Pocas mesas con las patas hacia arriba, algunas sillas destrozadas y muchas botellas quebradas por doquier, era el desastroso escenario que Candy observaba en el bar donde supuestamente iba a trabajar, además, de un manager dando órdenes por aquí y pegando gritos por allá.

Esquivando los destrozos, la joven se aproximó a un hombre; pero éste, al no verla, emprendió camino en otra dirección. Ella, adonde fuera, iba detrás de él hasta que...

— Disculpe, señor Thompson.

El nombrado se giró a ella, la cual tuvo que tomarlo del brazo para obtener su atención y así decirle:

— Vengo a... no, venía a cubrir el turno de Paty.

— Lo dijiste bien, porque como puedes ver, no habrá servicio esta noche.

— Pero, ¿podría ayudarle en algo y pagarme por hacerlo?

El ceñudo encargado la miró de arriba abajo; después de resoplar, tranquilo le ordenaba:

— Vete al restaurante; repórtate con el capitán de meseros y le dices que te estoy mandando.

— Gracias — apreció ella sin mostrar la felicidad que le causó sentirse todavía útil.

De camino a la salida, Candy observó a dos jóvenes trabajadores, los cuales entre ellos comentaban y representaban bufonescos la pelea recién suscitada.

Agudizando sus oídos, la chica se enteró de que la trifulca la había iniciado nada menos que un par de alocadas muchachitas.

Dándose una idea de lo que aquello les costaría a sus padres, la temporal mesera, sonriendo irónica, pensaba:

— Yo pudriéndome en la miseria, y otros dándose el lujo de desperdiciar el dinero a lo...

... su prudente consciencia no le permitió expresar groseramente lo que su amargura le hacía decirse. En cambio, su enojo sí lo descargó cuando, a su paso, se topó con una silla sana, la cual pateó fuertemente, llamando la atención de algunos e ignorándoles ella quien finalmente salió.

. . .

La hosts del restaurante estaba tan concentrada revisando su lista de reservaciones que, al preguntársele por el capitán de meseros, con su dedo índice, indicó dónde podían localizarle.

Habiéndolo identificado, Candy fue a él; y después de enterarle el motivo de su presencia, se le preguntaba:

— ¿Sabes servir tragos?

Aunque no, ella contestaba un:

— Sí.

Debido a su respuesta segura...

— Bien. Entonces, cubrirás la barra.

— Pero... — Candy iba a objetar, más al confrontarle el capitán, cambió de parecer. — Está bien — acordó y contenta se dispuso a trabajar.

. . .

En el área indicada, la recién empleada llevaba casi dos horas, pero ni las moscas se habían ido a parar a la barra, excepto los meseros con las órdenes de sus respectivos comensales de los cuales, al arribar un compañero, comenzó a quejarse mientras ella servía vasos con agua.

— ¡Me re...tuerce el hígado cuando me toca atender gringos! ¡No les entiendo ni madres de lo que dicen!

— Entonces —, ella quiso saber: — ¿cómo te das a entender con ellos?

Unidos por InterésDonde viven las historias. Descúbrelo ahora