Capítulo 3 parte "b"

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Candy reconocía que se había topado con hombres antipáticos, groseros y abusivos, pero arrogantes, presumidos y exigentes como ese tipo, ¡ninguno! pero tampoco ninguno le había llegado valientemente con una propuesta semejante a la de él, quien conforme se alejaba por las playas, después de haberse despedido con un simple y seco "adiós" la joven finalmente se decidía a mirar la pieza que en su dedo se había dejado.

De momento, su belleza no le maravilló tanto, porque en las manos de su madre había visto joyas de similar costo. Sí, claro; pero resultaba que ese era suyo, y tal vez en un futuro mañana le vería su verdadero valor. Así que, sonriendo y con deseos de ir a presumirlo a todo mundo, Candy miró por última vez a Terre; después fue a su casa para hablar mentirosamente con su padre de ese afortunado cambio en sus vidas, e invitarles, por primera vez, a desayunar. Luego, pasaría a buscar a Paty para hacer tal cual su esposo le había indicado... ¡irse de compras!

. . .

Por su parte, —en lo que ella se envolvía en sus actividades—, Terre llegaba al restaurante del hotel, donde al estar alimentándose, sus amigos, en severas y crudas condiciones, arribaban para hacerle compañía y observarles:

— Por lo que veo, se la pasaron de lo más genial.

— Ni me lo recuerdes, porque te juro que me regreso si no fuera porque siento que la cabeza me va a estallar.

— Dicen que una cerveza es buena para la resaca.

Terre ya estaba llamando al mesero, queriendo Albert saber de él:

— ¿Sigues con la loca idea de casarte o has desistido?

— Está más firme que nunca. Y aprovecho para preguntarles... ¿aceptan ser mis padrinos de boda?

— Aceptarlo sería como condenarte a la pena máxima.

Terre interpretó el "no" respondido; y por lo mismo, del otro quiso saber:

— ¿Tú, qué me dices, Albert?

— Que yo tampoco estoy de acuerdo; pero como te conozco y sé que idea que entra en tu cabeza, nunca de ahí sale así te la aplasten... tendré que aceptar al rechazarte Archie.

— Les aseguro que no será tan malo.

— Lo es desde el momento que te decidiste a hacerlo sin el consentimiento de tus padres.

— Te equivocas. Ellos y yo tenemos un trato. El tiempo que pedí no se ha cumplido, así que, es mi elección casarme con quien yo quiera antes de que ellos me impongan su voluntad.

— ¿Y qué me dices de ella?

— ¿Qué quieres saber?

— ¿De dónde y cómo es? ¿proviene de buena familia como la tuya? ¿sus padres también?

— Todo eso lo sé —, Terre actuó sin preocupación porque precisamente ya había investigado al Capitán Johnson; sin embargo, su ignorante interlocutor no cedería.

— ¿Qué de sus sentimientos?

— Albert, en estos tiempos que vivimos, tanto la mujer como el hombre queremos ser meticulosos para elegir lo correcto. Yo tengo encima la presión de mis padres chapados a la antigua. No me han dejado otro camino más que éste; y antes de atarme con una mujercita dócil y sin chiste para mi gusto como eso y más es Susana, prefiero los dolores de cabeza que podría ocasionarme esta desconocida.

— ... e interesada — la calificaron, — porque no desaprovechó la oportunidad para poder darse una vida de reina.

Ante la opinión, Terre saldría a la defensa:

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