Capítulo 21 parte "a"

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Manteniéndose abrazados, tanto Eleanor como Terre calmaron cada uno sus pesares.

Al quedarse completamente dormida la madre, el hijo, a lado de su padre, abandonaron la alcoba para ir a encerrarse en la de Richard, el cual previamente solicitara la presencia de una empleada para que le hiciera compañía a la enferma.

Ofreciendo asiento en la sala que decoraba la habitación y un tabaco que también se aceptó, el hombre mayor conforme daba lumbre comenzó a decir:

— ¿Qué tanto conoces de tu amigo Albert?

Terre, exhalando el humo del cigarrillo, contestaba sinceramente:

— A estas alturas te puedo decir, padre, que hasta como amigo lo desconozco —; y seguidamente, el hijo se interesaba: — ¿Por qué te interesa saber de él?

Richard, habiéndose sentado en el sillón individual frente a su sangre, inquiría:

— Es el heredero de la naviera Andrew, ¿verdad?

— No. Según tengo entendido desde muy joven renunció a todo su poderío. Pero no me has dicho, ¿por qué precisamente quieres hablar de ese?

El padre nuevamente evadió la respuesta con la excusa de extender el cenicero que se tomó de la mesita de centro para que ahí depositaran las cenizas del tabaco.

Tratando de mantener la calma, Terre aceptó lo que Richard tan amablemente le ofreciera. Sin embargo, por los evidentes esquivos de su padre y porque el asunto era Susana, se preguntó por ella, respondiéndosele:

— No está en casa.

— Ya es algo tarde para que esté afuera y sola, ¿no te parece? — el castaño observó.

— De hecho tampoco lo está.

Terre no le conocía amistades en América, y por ende:

— ¿Se ha regresado a Londres?

— No creo que lo haya elegido para...

— ¡Padre! — el hijo estaba a punto de jalarse los cabellos ante tanta vacilación de ese progenitor el cual de nuevo hubo callado. — ¿Cuál es el misterio con ella?

— Terre... se ha casado.

— ¡¿Qué?! —; un rostro mostró instantánea sorpresa con la noticia; más al intentar averiguar: — ¡¿Con quién?! —, él mismo e inmediatamente se dio la respuesta: — ¡¿Se ha casado con Albert Andrew?!

— Lo ha hecho.

— ¿Te dio sus razones?

— Nos dijo que tú las sabrías.

. . .

Con esa brillante idea en mente, Susana ordenó ser llevada a la comandancia. Hablar con Albert Andrew solicitó en el momento que estuvo allá. El oficial que la escoltaba la guiaba hasta la celda del rubio.

Éste, sin nada por hacer al estar encerrado, todavía dormía, por ende, con la batuta de seguridad, rudamente golpearon los barrotes para hacerlo despertar consiguiéndolo en cuestión de segundos. Adormilado Albert se enderezó, se sentó y escuchó.

— Tienes visita, Andrew.

El visitado levantó la vista y la vio, temblorosa como una ratita.

Sonriendo del pálido y asustadizo aspecto, el encarcelado se talló el rostro y se peinó el cabello. Deseándole —buenos días—, él se puso de pie para caminar hasta ella, la cual devolvió el saludo con:

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