Capítulo 8 parte "b"

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Conmovida por los amargos sollozos de la menor, la simpática tía se acercó a las hermanas para acariciar el cabello de Annie a la que se le habló dulcemente. Sus palabras consiguieron que se saltara a sus brazos; y con mayor ternura la encaminó hacia otra parte de la casa dejando a solas a la pareja.

Pero en lo que él contemplaba a su esposa, Candy veía por donde llevaban a su hermana. Sin embargo, ella, de nuevo se ponía nerviosa al volver a sentir la penetrante mirada de su esposo el cual, para que lo mirara y aprovechara el pasar un tiempo a su lado, le proponía:

— Tengo algo por hacer, ¿te gustaría venir conmigo?

— Pero... — Candy apuntó por donde aquellas se perdieron.

— No te preocupes por ellas. Te aseguro que iremos, vendremos y Karen seguirá acaparando a tu hermana.

— Entiendo — dijo ella; y para que Terre, quien parecía reflejarlo, no volviera a insinuar que le daba miedo estar a solas con él, la joven contestaba: — Está bien —, consiguiendo con su aprobación que una sonrisa adornara el varonil rostro.

Empero, no sólo eso sino que una mano se extendió a ella que titubeante... aceptó, viendo nuevamente que al sostenerla se besó una vez más, y sin liberarla, el reciente matrimonio buscó la salida; más al estar afuera, Terre la condujo hacia el garaje donde otro auto se tomaría, cuestionando Candy ante la visible travesura:

— ¿No se enojará Karen si te lo llevas sin su permiso?

— Aunque sí, ella estropeó el mío; así que se aguante.

Sonriendo levemente por el descaro y por la chocantes de no manejar uno dañado, Candy subió al vehículo por la portezuela que él abriera para ella.

Consiguientemente, él, —y después de colocarse los cinturones de seguridad—, por el camino donde llegaron se marcharon.

. . .

Highland Falls ubicada a más de ochenta kilómetros de la metrópoli neoyorkina fue el lugar que visitarían; y porque cada vez más se adentraban a la reserva militar, Candy, luego de haber sostenido con él una plática trivial, preguntaba:

— ¿Qué necesitas hacer aquí?

— Un simple reporte de rutina. No me tomará mucho.

En el estacionamiento del área, Terre detuvo el auto, admirando Candy el panorama del Río Hudson donde había un pequeño muelle que a su mente trajo memorias. Más, las risas y algarabías llamaron su atención, y una larga fila de jóvenes estudiantes se encaminaban hacia su autobús escolar.

Parada y desde su lugar, la mujer los observaba, y estaba por seguir a su esposo cuando de repente a la distancia alguien gritaba:

— ¡Candy!

Ella se giró hacia donde provenía el llamado; y los ojos de la pareja se toparon con un jovencito el cual, habiendo dejado la formación, corría hacia ella. En cambio, la nombrada miró a su esposo indicándole ignoraba de quién se trataba.

— ¡Sí, sabía que eras tú! — se afirmó al estar frente a la joven que con gesto extrañado preguntaba:

— ¿Cómo y de dónde me conoces?

Con desilusión, el chico respondía:

— ¿No te acuerdas de mí?

Candy negó con la cabeza; por ende, el muchachito hacía su presentación:

— Soy Jimmy. Jimmy Cartwright, el amigo de Annie.

— Jimmy — ella pronunció su nombre intentando adivinar quién era, hasta que de nuevo le ayudaron:

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