Capítulo 18 parte "b"

871 139 30
                                    

La voz que detrás escuchó Eleanor, la hizo palidecer y flaquear; sin embargo, su urgencia al girarse sería saber:

— ¡Richard, ¿cuándo llegaste?!

La contestación iría a Candy al pedírsele con penosa amabilidad:

— ¿Me dejas a solas con mi esposa?

Asintiendo con la cabeza, la nuera inició su marcha hacia su habitación, alcanzando a oír de Richard la siguiente petición:

— Ven conmigo a la oficina —; pero antes de que Eleanor lo siguiera, le ordenaron: — Levanta tu cheque del suelo, porque aunque Candy te lo hubiera aceptado, no hubiese tenido ningún fondo monetario.

— ¡¿Qué dices?!

— ¡Haz lo que te digo! — el hombre era rudo, — porque no te lo pediré nuevamente.

Increíblemente sumisa, la señora Grandchester obedeció. Empero, al pasar cerca de él, de nuevo insistía:

— ¿Cuándo llegaste?

Richard no respondió, sino hasta que cerrara la puerta de la oficina.

— Si te hubieses dignado a comunicarte conmigo, tal vez te lo hubiera dicho.

Estupefacta, Eleanor preguntaba:

— ¿Terrence lo sabía?

— También sabe que te estoy demandando el divorcio.

— ¡¿Qué demonios has dicho?! —. Eleanor tal cosa no se la esperaba. — ¡¿Por qué?!

— Quizá ayer te hubiese dado una respuesta mayormente civilizada y razonable. Hoy, la propuesta ya no está en consideración, así que, ¡te exijo el divorcio! Y no hagas esperar a mi abogado cuando se comunique contigo porque esto me es muy urgente.

— ¡No puedes hacer eso! ¡Además tú me amas y... yo también!

— Sin embargo, parece que odias a mi hijo.

— ¡Eso no es verdad!

— ¿Podrías afirmarlo delante de él? No lo creo; porque desde que Susana llegó a ti, tu amor hacia Terre lo desviaste hacia ella; hacia esa mujercita que no sólo ha hecho miserable la vida de mi hijo.

— ¡Pero Richard, ¿es que tampoco entiendes que si he hecho todo esto es precisamente porque siempre he pensado y me he preocupado por él?! ¡¿de su estabilidad económica?!

— ¡Vamos, Eleanor! Dame una excusa mucho mejor que esa.

— ¡Está bien! — el rostro de la mujer se cansó de suplicar. — ¡¿Quieres el divorcio?! ¡Te lo daré! ¡Pero antes me entregarás todo el dinero que generé en este matrimonio!

— ¿Y para qué lo quieres? ¿Para seguir sobornando a la gente?

— ¡Eso no te importa!

— ¡¿Ni lo que tu hijo, con la poca estima que te tiene, piense de ti cuando se entere que viniste a su casa a molestar a su mujer?!

— ¡Ni siquiera la consideres así, porque ella no lo es! ¡Sólo están unidos por un vil interés!

— ¿Quién te ha dicho eso? ¿Terre?

— ¡Quien haya sido!

— Pues el que te lo dijo mintió, porque a mí me consta que mi hijo está plenamente enamorado de su esposa, y así yo tenga que confrontarme con la mía o con quien sea, no voy a consentir que lo separen de ella. Tú misma lo reconociste, ¿lo olvidaste? ¿no dijiste que más le valdría estarlo? ¡Pues lo está! Así que, sé mujer de palabra y déjalos amarse en paz.

Unidos por InterésDonde viven las historias. Descúbrelo ahora