Capítulo 24 parte "a"

893 133 38
                                    

Sin haber podido convencerlo de quedarse y después de un rato de haberle visto partir, Susana yacía sentada en el primer peldaño de la escalinata hacia el interior de la casa de la tía Karen. Sus ojos llorosos y frustrados los tenía posados en la negrura del cielo donde su nublada vista buscaba una respuesta a tanta mala suerte.

Y en lo que ella afuera, se concentraba en encontrar la acertada excusa que debía extender a toda la gente que había hecho llegar una invitación para asistir a su boda... adentro, Candy ya había compartido con Terre y Karen, las simples palabras que hubo intercambiado con Albert.

Éste hubo tomado el camino hacia donde Michelle, su mujer. Sin embargo, cuando hubo llegado allá, el rubio no tuvo el valor de subir sino que, estacionado afuera y desde el interior del auto, miraba hacia una específica ventana de ático.

La sombra que apareció en las cortinas blancas y pasó entre ellas, hizo al hombre enderezarse y esconderse tontamente. Pero verdaderamente él saltó sobre su asiento en el momento en que dos jóvenes golpearon quedamente los cristales de su resguardo.

Al prestarles atención, estos le pidieron bajar los vidrios. Y al mirar de frente y ver que pronto sería rodeado por otros que no llevaban buenas intenciones, Albert puso en marcha el motor del carro y comenzó a alejarse, desaprovechando así la oportunidad de ver a su familia que arriba, después de haber cenado pobremente y ahora tendidos sobre sus camas, los gemelos, antes de ser arropados por su madre, por su padre pedían en sus oraciones.

Mientras él se perdía entre las calles del estado, allá de nuevo con Karen, precisamente ella difícilmente hubo convencido a Candy de quedarse.

Con la aceptación, la tía feliz e inmediatamente se dispuso a coordinar la cena para disfrutarla, aprovechando que tenía en casa a su familia.

En lo que todo estaba listo, la pareja se dirigió a su habitación; y en el instante de estar en ella, Candy buscó la ducha mientras que Terre pensativo fue hacia un estuche negro que yacía parado sobre un viejo baúl.

Al abrirlo, el castaño sacó de ahí una guitarra de golpe; un recuerdo como otros traídos de algún viaje anteriormente realizado.

Para afinarla, Terre fue a sentarse sobre la cama. No obstante, las notas musicales que producía al estar jugando con sus cuerdas, no le ayudaban a disipar los pensamientos que se agolpaban en su mente, pero sobre todo no dejaba de pensar en Candy ni en lo fácil que le había resultado convencer a Albert de alejarse.

¿Era acaso y realmente que él...?

Terre, para no darse esa respuesta, velozmente se puso de pie para ir a devolver el instrumento de donde lo tomó. Ya guardado, caminó por la habitación, sintiéndose de pronto como felino encerrado. La desesperación que lo embargara lo hizo llevarse las manos a la cabeza y peinar con rudeza sus cabellos. El balcón que sus ojos divisaron fue el camino que le sirvió de escape.

— ¿Por qué? — se preguntó al estar afuera; — ¿por qué su corazón comenzó a temblar al pensar en la remota idea de que Albert pudiera tener verdaderos sentimientos hacia ella? No — él mismo se contestó; — es simple sugestión al no encontrar otra lógica a su inesperada reacción. Ya que...

— ¿Terre? — Candy lo llamó al no verlo en el interior de la recámara.

— Acá estoy.

Ella siguió la proveniencia de su voz; y al divisarlo recargado en el barandal, cuestionaba:

— ¿Qué haces aquí?

— Salí a tomar un poco de aire.

Debido al gesto masculino, la fémina quiso saber:

— ¿Estás bien?

Unidos por InterésDonde viven las historias. Descúbrelo ahora