Capítulo 23 parte "a"

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Miles de cuestiones Candy hubo formulado en su mente conforme empacaba y vestía cómodamente. Ahora, yendo a lado de Terre el cual manejaba y que a pesar de haberle confirmado que su padre sería inmediatamente localizado, su ser no podía estar del todo tranquilo al ir divagando constantemente en ¿qué dijeron o cómo le hicieron para poder sacar a su hermana del colegio? A parte de eso, Albert era otro asunto que no podía apartar de sus pensamientos, y su interior presentía que esa dichosa fiesta no iba a traer nada bueno.

Lo bueno era, que sólo tenía planeado ir a ver a Annie, y si fuese posible regresarse con ella esa misma noche a casa. Claro que Terre estaba ajeno a lo que maquinaba; pero sabía que al planteárselo, él estaría de acuerdo con ella, ya que él tampoco llevaba buen rostro ni muchas ganas se le veían de llegar adonde Karen, porque a Candy le parecía que el auto había tomado el camino más largo para ir a casa de la tía aunado el accidente entre tráileres que bloqueaban la carretera elegida.

El silencio de ambos fue irrumpido por las sirenas de una ambulancia que se les emparejaba.

Aprovechándose del hueco que iba dejando con su paso, Terre habilidoso se coló con la excusa de tomar la salida más próxima que los llevaría a un suburbio habitado mayormente por gente de color y de habla hispana.

Los edificios anteriormente blancos y ahora negros de tantas figuras grafiteadas daban un aspecto de desconfianza; sin embargo, cuando estacionaron el auto en la última casa de esa avenida por la que circulaban, el grupo de vándalos que ahí estaba escuchando música, a él, después de descender, saludaron prometiéndoseles, claro, el compensar "la atención ofrecida" de cuidar su vehículo.

Temerosa y aferrada de su mano, Candy era guida por Terre, procurando ella mirar con cuidado por donde pisaba: algunos desaparecidos peldaños y otros apolillados de una escalera muy estrecha que los conduciría oscuramente hasta el ático donde, al arribar y llamarse a la puerta, finalmente ella preguntaba:

— Terre, ¿quién vive aquí?

Habiéndole pedido paciencia, la respuesta se la daría un chiquillo de rubios cabellos, ojos azules y no mayor a los diez años que, al ver a uno de los dos visitantes se reconoció nombrándolo con alegría:

— ¡Terre!

... quien recibió en sus brazos a un delgado mozalbete al que identificaban:

— Hola, Billy, ¿cómo has estado?

Candy vio cuando el niño era besado en una mejilla mientras decía:

— Bien, aunque mi gemelo está muy delicado.

— ¿Qué le pasa?

La pareja ingresó a la casa con él que enteraba:

— Al final, el invierno fue duro; mamá ya no pudo con los gastos de la calefacción y sus pulmoncitos enfermaron. ¿Quién es ella? —, la cual desde que la notaron hubieron querido saber.

— Ella es mi esposa.

Ésta sonreía al presentarse:

— Me llamo Candy.

— Hola — fue lo único que el chico serio le dirigió ya que su atención la volvía en Terre quien lo puso en el suelo para tomar su mano y llevarlo con el enfermo.

Comprendiendo que la consideraran una extraña, Candy se quedó en lo que era la sala que estaba compuesta por roídos y muy viejos sillones. Las fotografías que pendían de las paredes descarapeladas llamaron su atención, principalmente el de una mujer de negros ojos y cabellos largos ondulados. Su sonrisa blanca y abierta la hacían verse muy hermosa, y según en la dedicatoria respondía por Michelle quien en otro recuadro aparecía acompañada por...

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