Capítulo 15 parte "a"

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A pesar de que los nervios la tenían abrazada y ni una sola palabra había respondido a Albert de todo lo que él le preguntaba conforme seguía manejando por la carretera, Candy por muy angustiosa que estuviera, le extrañó la vereda que transitaban; y por ende, abría la boca para saber:

— ¿Dónde queda el hospital?

Aprovechándose de que ella seguía mirando atentamente por la ventana, el hombre sonrió burlón; más, al sentir la mirada de ella, cambió su gesto por el de preocupado:

— Ya casi llegamos

No obstante, observaba la raptada:

— Este lugar parece no tener ninguno. ¿No equivocarías la dirección?

— No, porque tienes razón — dijo Albert, y Candy se alertó. — Aquí no hay hospital.

— ¡¿Cómo dices?!

Ella se giró rápidamente hacia él quien no ocultó su "travesura" ¿no así las llamaba Terre? Y como Albert también podía hacerlas, fácilmente se disculpaba:

— Lamento mucho haberte traído con engaños.

No interesada en saber sus razones que lo empujaron a hacerlo sino preocupada de lo que podía esperarle con Terre quien le había advertido mantenerse alejada del rubio, a él precisamente le ordenaría:

— Detén el auto.

Candy, atrapando la manija intentó abrir la portezuela; sin embargo, Albert advertía:

— Aunque lo haga, no podrás regresar.

— ¡Ese ya será mi problema! —, la mujer no demostraría el miedo que seguía en ella, la cual de nuevo solicitaba: — ¡Detén el auto ahora!

— Necesitamos hablar.

— ¡Yo no! — gritó Candy.

— ¿Por qué no? — Albert quiso saber. — ¿Acaso Terre te lo ha prohibido?

— ¡Lo hizo, sí; y ahora entiendo el por qué! ¡Así que, una vez más te pido que detengas el auto!

— ¿Tanto miedo le tienes? — observó el rubio ya que parecía que él no; en cambio, ella rebelde espetaba:

— ¡No tengo por qué contestarte!

Viendo que él reducía la velocidad y se detenían, Candy volvió a jalar la manija que no respondía a su acción. Entonces ella, empleando otro tono en su voz, suplicaba:

— Abre, Albert. Hazlo, por favor.

No acatada la petición, la joven comenzó a sollozar.

Reconociendo que estaba verdaderamente asustada, Albert desactivó los botones de seguridad, y en un abrir y cerrar de ojos, Candy salió del auto y comenzó a correr en sentido contrario.

Por supuesto, él puso el carro en marcha, dio vuelta y fue detrás de ella, quien no tenía intenciones de pararse ni aún cuando Albert, al emparejársele, pedía:

— Sube al auto. Te llevaré de regreso.

— ¡No!

— Candy, estamos algo retirados de la casa de Karen.

— ¡No me importa, porque si es posible llegaré a pie o habrá alguien que me lleve, pero tú no!

Lleno de culpa, él extendía:

— Lamento haberte hecho esto.

Candy no bajaría la guardia al retarlo:

— ¡Con lamentarte no resolverás el problema que me has ocasionado!

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