Capítulo 22 parte "c"

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No queriendo saber nada de nadie, Terre, de su familia, se desconectó por completo; convirtiéndose únicamente su mundo: su esposa, con la cual y con cada día que pasaba a su lado, eran experiencias jamás vividas.

A él le hacía reír mucho que cada cosa que proponía hacer con su esposa, después de cumplir con su obligado reporte al colegio que pertenecía, ella a todo le decía:

Es que no sé.

Y efectivamente, Candy no recordaba o no sabía el andar en bicicleta, montar a caballo, patinar o practicar otro deporte que no fuera el nadar.

Por ende, en eso y más actividades, el matrimonio empleó las horas. Por supuesto que el amarse estaba incluido, e inclusive bastantes minutos se dedicaban en la cama con la excusa de estar... curando heridas pasadas y causadas por caídas al intentar controlar la bicicleta, los patines y alguna que otra pelota o masajear músculos adoloridos después de haberse bajado de un hermoso mamífero équido que habitaba en las cuadras del hípico citadino.

Pero esa tercera tarde, después de haber disfrutado dos totalmente a solas y sin interrupciones por parte de nadie, para completar el tratamiento bajo el agua, el jacuzzi de su apartamento fue espectador silencioso de otra entrega de amor empezando todo con el pretexto de...

— ¿Ya viste esto?

En bata y con gesto dolorido, Candy llamó la atención de Terre quien había preparado la tina de hidromasaje.

— ¿Qué es?

— No lo sé; pero cuando me quité los pantalones me dolió.

Ella se giró de espaldas para enseñarle e indicarle justo donde le molestaba: un moretón exactamente de dos centímetros de grande en la parte trasera de la pierna que posiblemente la silla de montar le causara.

Eso lo reveló él, al sentarse en el borde de la lujosa mini piscina y oyendo ambos: el ruido burbujeante que producía y el quejido de Candy cuando Terre traviesamente lo presionó.

Sabiendo que ella se voltearía para golpearlo, él, sonriente, rápidamente por las caderas la abrazó, sintiendo ella: a través de la delgada tela de su prenda, los besos que se pegaban a su espalda y las manos colándose por debajo de la bata que fue levantándose conforme acariciaban las torneadas piernas, alcanzado una de ella a rozar la femineidad que bastó lo suficiente para hacerla brincar debido a la emoción que la embargara.

Cerrando los ojos, Candy disfrutaría de las caricias que navegaban por su cuerpo y de la aproximación de Terre cuando esté se puso de pie y comenzó a besarle los hombros, mientras que sus manos ya se concentraban en las jaretas de seda para desprenderla de su prenda.

Siendo esta recibida por el suelo, él volvió a pasear sus manos por las curvas desnudas de ella, quien al sentir sus senos atrapados, subió sus manos para ponerlas sobre las de él que delicadamente los tocaba y decía muy cerca de su oído:

— Nunca hubo una mujer que me excitara tanto como tú, Candy.

— ¿Y eso... ah... — se exclamó queda e interrumpidamente, — es bueno o malo?

— Malísimo porque...

Terre deslizó su lengua por todo lo largo del terso cuello; y al regresar al oído terminaría de confesar:

— Sólo te veo y muero por hacerte el amor.

— ¿Y qué te lo impide?

Candy giró su rostro hacia donde provenía su voz; y es que, su boca estaba ansiosa por probar la de él quien preguntaba:

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