Capítulo 6 parte "b"

966 150 42
                                    

Satisfechas, contentas e instruidas, tres horas más tarde y sin problema alguno, por el elevador número 2 las hermanas regresaron al apartamento, llevando en mente que para bajar la próxima vez utilizarían el 4.

Pero para relajarse, las jóvenes, después de asearse, se pusieron a ver televisión y luego a dormir habiéndose olvidado por un rato de todo lo acontecido en el día.

. . .

Por su parte, pasaba de la medianoche cuando Terre regresó. Y el orden y el silencio que rondaba en el área parecía que nadie había ahí.

Un leve y traicionero sobresalto se adueñó de él quien para asegurarse de lo que pensó, subió a la parte de arriba, y en la primera recámara visitada encontró a nadie. Sin mostrarse alarmado, fue a la segunda pieza, con la cual, al encender su luz, pudo respirar tranquilo al hallarlas plena y profundamente dormidas.

Él, sigiloso, a la cama se acercó; y verlas tan juntas abrazando una protectoramente a la otra, le conmovió. Posteriormente, tomó la sábana para cubrir el cuerpo semi desnudo de la joven mayor, quien antes y por su supuesto, se había admirado una vez más. Después de desearle precisamente a ella —buena estancia y bonita noche— Terre salió para también irse a descansar, ya que al siguiente día...

. . . . . . . .

Annie, la primera en abrir los ojos, todavía en sencillas pijamas dejó la recámara para bajar y encender el televisor.

Él, ya vistiendo cómodos jeans y camiseta sport apareció por la sala y la saludó.

Debido al volumen alto, la chica no lo escuchó; entonces, Terre se acercó para tomar del sofá el control remoto y apagar el aparato.

Ese acto, consiguió la mirada de Annie a quien se le preguntaba:

— ¿Y Candy?

— Está arriba todavía.

— Necesito hablar con ella. ¿Me harías el favor de ir a avisarle?

Sin darle contestación, la jovencita obedeció a Terre; y en menos de diez minutos, la solicitada, creída que no había llegado a casa, se presentó frente a él.

Éste, después de desearse mutuamente —Buen día— pidió lo acompañara a la oficina donde Terre llevaba tiempo.

Habiendo ella ingresado, él cerró la puerta invitándole a tomar asiento.

Su gesto serio y fría mirada la hicieron sentirse incómoda; por ende, Candy, para romper el hielo, comentaba:

— Ni con mi padre sentía esta sensación de regaño, ¿acaso hice algo malo?

— No lo sé — él hubo sido y sería rudamente seco; — dímelo tú.

De reacción, Candy se irguió en su asiento para contestar a la defensiva:

— Yo también lo ignoro, así que, si no te molesta me gustaría saber, ¿qué hice?

Terre, primero la miró directamente a los ojos, después diría:

— No soy el tipo de hombre que le gusta escarbar en el pasado de nadie; pero da la casualidad que ahora tú eres mi esposa y...

— ¿Lo soy? — ella quiso averiguarlo; y él, habiéndose medio sentado en el escritorio, de ahí tomó un documento y se lo entregó, diciéndole:

— Es original y oficial.

Candy posteriormente de verificarlo lo quiso devolver, pero Terre:

— Mantén el certificado contigo para que no vuelvas a dudar que lo eres; y por lo tanto, se me da el derecho a saber... ¿por qué no me dijiste que conocías a Albert?

Unidos por InterésDonde viven las historias. Descúbrelo ahora