Capítulo 17 parte "a"

1K 145 80
                                    

Indudablemente, Terre, en el momento que hubo puesto sus ojos en ella, no se hubo equivocado al elegirla. ¡Candy era la mujer fuerte que siempre quiso tener a su lado! Por ende, no se sorprendió ni ofendió cuando ella no quiso revelar abiertamente sus verdaderos sentimientos y tampoco se lo reprocharía ya que él difícilmente los confesaba. Sin embargo, con sus hechos, él haría que Candy sintiera ¡cuánto ya comenzaba a significar en su vida! aunque tampoco descartaba que, en un día no muy lejano, se animara a decírselo.

Pero mientras ese momento llegaba, Terre debía seguir aguantando la molestia de ella, la cual, a pesar de haber corrido hasta su lado, sonreírle y pedirle que se fueran consiguientemente de haber levantado el acta contra Albert, al estar dentro del auto, lo volvió a castigar con su indiferencia y silencio, acciones que se alargaron únicamente hasta que estuvieron en casa de Karen, porque antes de descender, él inquiría:

— ¿No vas a hablarme en todo el día?

— ¿Qué quieres que te diga?

Candy mirando su falda escuchaba:

— ¿La razón por la que estás enojada conmigo?

— No lo estoy.

— ¡Ah, diablos; no lo estás! —. ¿Y que tal si sí? se preguntó a sí mismo; no obstante, él pedía: — Entonces, demuéstramelo —. Ella, aunque de reojo, lo miró, y él: — Si me sonrieras de frente, realmente te creería que no estás de malas.

Con resignación, Candy primero resopló hondamente; luego intentó sonreírle, y ya más calmada, decía:

— ¿Así está mejor?

— ¡Rayos! — expresó para sí el hombre quien también pensaba: — ¿O eran sus nervios o en verdad era muy bella? Porque aún con esa simple mueca en su cara, hasta el sol debió haberse sentido envidioso ya que curiosamente una pasajera nube lo cubrió haciendo nublar los cielos. En cambio, Terre, suertudo de tenerla, era atrevido al pedirle: — Ahora un beso o de verdad te creeré nada.

La esposa sonrió frente a la peligrosa aproximación; pero con la caricia que el esposo le demandaba, la hizo olvidar por momentos el motivo de su molestia. Empero, al estarla dejando con ganas de más, ella se prometió desquitarse del satisfecho glotón al provocarla:

— Sólo porque estamos en frente de la casa de mi tía que si no, aquí mismo... — sobre sus ropas, lujurioso, la acarició y, a su boca volvió diciéndole: — te deshacía de todo... hasta de tu enojo.

Una mano ya se había colado debajo del vestido cuando Terre fue interrumpido en su interesante búsqueda al escuchar el sonido de su inoportuno teléfono que se revisó y reconocía para sí:

— ¡Sí que eres oportuna, tiita mía!

... la cual desde el gazebo los había visto llegar, pero no descender, así que, para cortarles la inspiración y sólo por molestarlo a él... le llamó.

Acomodadas sus ropas y controlando su sonrojo, Candy bajó consiguientemente de que Terre lo hiciera; y caballeroso, fue abrirle la portezuela. Luego de cerrar la tomó de la mano, y se encaminaron hacia donde estaba Karen, y que con gesto travieso los recibía.

Notando el rubor que provocó con sus bromas, la tía se levantó de su asiento para abrazar a su sobrina política y disculparse en el mismo momento.

Ofrecidos los asientos frente y junto a ella, en lo que el sobrino se disponía a picar la fruta que yacía en un plato, Karen preguntaba:

— ¿Desayunan conmigo?

Candy dijo —Sí—; y de inmediato la servidumbre acató la orden; en cambio, Terre quiso saber por:

— ¿Mi madre?

Unidos por InterésDonde viven las historias. Descúbrelo ahora