Capítulo 11 parte "b"

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De nuevo al presente y en Nueva York...

A los llamados urgentes de Karen, rápido, acudió una parte de la servidumbre, ya que la otra estaba asistiendo a la prima Eleanor quien del auto se negaba a salir debido a sus constantes y fuertes mareos.

Pero regresando adentro, en la casa...

Ante sus ojos, el desvanecimiento de Susana no era para nada fingido; y porque Candy se acercó para también brindarle su auxilio, Karen, —conociendo de sobra a su teatrera sobrina— se lo impidió a la política, dejando que las muchachas de servicio la levantaran del alfombrado suelo para llevarla a recostar en una de las habitaciones más cercanas.

Viendo como llevaban cargando a la privada damisela, Annie —habiéndose quedado detrás de la puerta para ocultar sus risas—, al ver a su hermana a lado de la tía, calló su burla para preguntarle:

— ¿Se va a morir?

Por su ocurrente cuestión, la chica recibió una mirada reprobadora por parte de Candy y, estas palabras dichas por Karen:

— No, por desgracia

No obstante, al acordarse de la acompañante de Susana, se pidió fueran hacia ella, topándose con una muy desagradable escena que cambiaría todo el panorama en unos ojos claros.

. . .

Conforme manejaba sobre su carril, en el contrario, Terre divisó el auto de su tía; por consiguiente, él avanzó algunas millas más, hasta tomar la salida más próxima para regresar y darles alcance.

Cuando así lo hizo, ya Susana tenía tiempo de haber corrido casa adentro, y él apenas estacionaba el auto detrás del otro y viendo cómo su madre se negaba a salir.

Después de descender, Terre se dirigió a ella; y las empleadas que le vieron acercarse, se hicieron a un lado para que él probara suerte con Eleanor.

Ésta, —al verlo sentado a su lado— ¡de pronto! se sintió bien, y en lugar de abrazarlo, llenarlo de cariño y decirle cuánto le había extrañado durante el largo tiempo que no le hubo visto, como antaño y por chiquillo mal portado, con fuerza y un par de veces, la madre estampó su mano en el rostro del hijo el cual advertido estaba de la furia de esa mujer.

Quienes ya se aproximaban además de la servidumbre, también fueron espectadores de las repetidas agresiones físicas, y escuchando todos los verbales regaños gritados de Eleanor a la que increíblemente no se le decía nada y se mantenían con la mirada agachada ante sus despotricadas palabras. Pero al cuestionar:

— ¡¿Por qué lo hiciste?!

— Teníamos un trato, ¿o no?

Eleanor se hizo la occisa al romper el suyo y autorizar a Susana la dichosa fiesta de compromiso; así que, se defendía:

— ¡No; no lo hiciste por eso!

— Si no es así, dime tú entonces ¿por qué?

— ¡Porque me odias! ¡Y porque te gustaría verme muerta, por eso es que me provocas así!

— Vamos, Eleanor; tampoco exageres.

— ¡Soy tu madre, igualado grosero!

... ¡y rájale! que le suelta otro bofetón que dolió más que los anteriores debido a que...

Terre se tocó la mejilla que le ardía; y aun así decía:

— Te pido disculpes mi osadía, por favor.

La iracunda madre espetaba:

— ¡Con una disculpa no vas arreglar las cosas!

— Entonces, ¿qué quieres que haga?

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