Capítulo EPÍLOGO parte "a"

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Inoportunamente, un teléfono celular timbró haciendo su sonido eco en la casa vacía y consiguiendo que de sus besos la pareja se privara para atenderlo. Sin embargo, Candy asustada recordaba:

— ¡Terre, la niña!

Ante el rostro ahora sí acongojado de la madre, el padre se carcajeó, y después de verificado un número se le informaba a la olvidadiza:

— No es de la casa, sino... ¿te molestaría venir conmigo a West Point?

Con la petición, Candy, frunciendo el ceño, comentaba:

— Pensé que con tu último enclaustramiento ya no habría más visitas.

— No se trata de trabajo, sino de una invitación a ser espectadores de un desfile navideño por parte del colegio, ¿vamos?

— Está bien, pero ¿podemos hablar primero a la casa para saber de Marie y avisarles dónde estaremos?

— Como tú digas.

Él, en la punta de la nariz de ella, dejó un beso. Posteriormente, la tomó de la mano, salieron, aseguraron el lugar donde armarían su nido y se retiraron.

. . .

A pesar de las pulgadas de nieve que la noche anterior había caído, en una extensa explanada del colegio militar se hubieron colocado miles de sillas que ya eran ocupadas por integrantes de familias enteras que se habían conglomerado para presenciar el desfile que los alumnos, jóvenes entre los 17 y 24 años de edad, habían preparado a conmemoración de las fiestas navideñas.

Portando gallardamente sus uniformes, formados en numerosos pelotones y marcando el mismo paso, los guapísimos cadetes marchaban para la audiencia.

La banda de música también hacía una excelente participación consiguiendo con el sonido de los tambores, las trompetas y demás instrumentos que a más de uno se le erizara la piel.

Después de que los centenares de estudiantes terminaron con su recorrido, otro grupo de ellos se fijó a la mitad de la plaza para, siguiendo unas órdenes, hacer disparar sus rifles a memoria de los ciudadanos soldados caídos en la guerra.

Los padres de muchos estaban presentes, y en sus rostros no sólo se les notaba la tristeza de su pérdida, sino también el orgullo que sentían por ellos que su vida por la nación habían dado.

Inútilmente o no, Candy hubo presenciado atenta y en silencio la ceremonia. Más tarde y porque Terre conocía el programa la tomó de la mano y se dirigieron al estacionamiento, creyendo ella que se retiraban para regresar a la casa; no obstante, no fue así, ya que al muelle que había cerca caminaron, percatándose Candy que otras personas, por todo lo largo del río, se paraban para presenciar y disfrutar de la caravana de barcos alegóricos que a lo lejos se divisaban.

Al observar aquel espectáculo que se avecinaba, ella giró su cabeza hacia él y se sonrieron. Los niños que se pararon cerca de Candy la hicieron recordar cuando ella hacía lo mismo que ellos en la espera del progenitor ausente:

— ¡Aquel! ¡Aquel es el de papá! —, se apuntaba cierto buque.

— ¡Sí, yo también lo veo! — respondió una chiquilla que siguió diciendo: — ¡Mamá, mamá, es papá!

Sabiendo de su tristeza, Terre echó un brazo por los femeninos hombros y la atrajo hacia él.

Candy, aprovechando el pecho de su esposo, en él se escondió por instantes para secarse dos lágrimas. Ya repuesta, levantó el rostro para volver a mirarlo e indicarle que estaba bien.

Terre asintió y ambos volvieron a posar sus ojos en la caravana marítima.

De pronto, una sirena se escuchó; y el corazón de Candy empezó a latir más de lo normal, pero... sola se desengañó, porque todos los barcos sonaban igual ¿o no? de nuevo y para sí se contestó. Sin embargo... el cuerpo de la mujer se tensó por segundos; después se alejó de su esposo para acercarse al muro que los separaba del agua al reconocer la clave que una específica embarcación hacía pitar.

De la impresión, Candy se apoyó aferrando sus manos en la fría pared; y negándose a creerlo, cerró los ojos fuertemente. Sin embargo, todo su ser empezó a temblar de la emoción debido a la existente posibilidad de... ella abrió los párpados para verificarlo primero en el horizonte y después con Terre quien no había perdido detalle en las reacciones de Candy que preguntaba:

— ¡Es cierto, ¿verdad?!

— ¿Qué, Candy?

— ¡Es...

El nudo que se hizo en su garganta, impidió a Candy decirlo. Pero sus pasos emprendería, abriéndose camino entre la concurrencia conforme el barco navegaba lentamente por el río dándose cuenta que sí, que con cada paso que ella daba, su visión y corazón afirmaban que el hombre parado sobre la proa y le saludaba era nada menos que su padre.

Cuando lo confirmó, Candy se detuvo, se llevó las manos al rostro para que la gente no viera sus lágrimas.

Terre, habiéndola seguido, a espaldas de ella, la abrazó.

Al sentirlo, la mujer rápidamente se giró para esconderse y llorar a gusto sobre él el cual sonreía a las personas que la observaban tan vulnerable, pero sobre todo oírla decir:

— ¡Dios; voy a ponerte un altar!

— ¿Y eso por qué? — preguntó Terre aguantándose las ganas de reírse.

— ¡Por...

Candy dejó su escondite para mirarlo siendo él quien limpiara su mojado rostro y leyera en su mirada lo que su boca en esos momentos no podía pronunciar.

— Está bien, amor — él la comprendió, sugiriéndole: — Ahora vayamos con él, ¿te parece?

— Sí — ella contestó.

Abriéndose paso nuevamente, la pareja fue adonde una pequeña lancha que los llevaría hasta el capitán Johnson quien había hecho detener el barco que comandaba para esperarlos y recibirlos con los brazos abiertos y...

— ¡Por todos los cielos! — exclamó ella al ir corriendo ya sobre la cubierta: — ¡Estás... y no lo puedo creer! —, la hija se echó a sus brazos después de haberlo visto con su uniforme de capitán y caminando ayudado por una prótesis.

Y mientras Candy lloraba en el cuello de su padre, éste a su yerno saludaba:

— Terre.

— Capitán —, sus manos estrecharon. — Un verdadero placer volver a verle.

— De no haber sido por ti y por el buen amigo de Tom creo que nunca...

— ¡Annie se morirá al verte así! —, la mayor de las hijas había expresado; y por ende y con broma, contestaba:

— Entonces no vayamos con ella. No queremos que eso pase, ¿verdad?

— ¡¿Dios, padre, cómo fue que...?!

Candy se alejó para admirar a su progenitor de pies a cabeza.

— No es muy largo de contar. Después de que el amigo y enviado de Terre, Tomás Steve me localizara, comenzamos también a hacernos amigos, y él fue quien me animó y... aquí me tienen no sólo sobre un barco sino con una nueva pierna. Así que... ¡¿dónde está mi nieta?!

La madre de ella entre llorosa y feliz volvió a los brazos de su padre, y consiguientemente se separó para echarse a los de Terre a quien se le agradeció inmensamente por tanta dicha recibida.

Auxiliado, el capitán Johnson descendió para unirse con sus hijos en la lancha y regresar al estacionamiento del colegio para abordar el auto y dirigirse a casa de Karen, quien estaría muy impactada con la presencia del padre de Annie y Candy, quienes más agradecidas no podían estar en esa navidad, al contar con una verdadera familia, la cual ¿seguiría creciendo?

No por lo menos en los tres primeros años de vida de Ángel Marie ya que su personita demandaría mucho de su atención y no precisamente por cuestiones de salud, sino de carácter porque...

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