Capítulo 12 parte "b"

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Dejándose llevar por lo poco que Candy sabía, Terre lentamente fue cerrando los ojos para disfrutar de la caricia de su inexperta esposa; y al compás del movimiento de la boca de ella, la mano de él, que ya posaba en la espalda femenina, comenzó a acariciarla de abajo hacia arriba, mientras que la otra, —con la que anteriormente le tocara el rostro—, la fue metiendo por el cuello hasta posarse en la nuca.

Durante unos segundos, a Candy se le permitió jugar, porque lo hacía, con los labios masculinos.

Ulteriormente, y sabiéndola entregada en su propia manera de amar, Terre, queriéndolo hacer también, pero a su modo, consideró que era su turno, y entró en acción al cambiar el ritmo de la situación, consiguiendo que ella, —sujetada fuertemente por la nuca—, se estremeciera y emitiera un sonido ante la desconocida sensación que él provocó al profundizar un verdadero y ardiente beso que le proporcionara para hacerle despertar el deseo en su cuerpo, mismo placer que ya se apoderaba del suyo masculino.

A pesar de que no negaba que le estaba gustando la manera que su boca era acariciada por dentro, además del ardorcito que se adueñaba en su virginal femineidad, Candy, como pudo y sin pelear, lo separó de ella; y la excitación que imperaba en su ser, conjugada con la vergüenza de su atrevido comportamiento, la hizo correr.

Sin embargo, fue alcanzada a escasos centímetros de la puerta, la cual, la palma de una mano izquierda había cerrado rápidamente acorralando así a su presa.

El musculoso brazo del mancebo verdugo que tenía detrás, ella lo veía de reojo sobre su hombro. Pero al sentir en el oído derecho su aliento al decirle quedamente:

— No te vayas dejándome así.

... ella brincó; y de sobremanera cuando con la mano derecha que se había posado en su cadera, la atrajo hacia él para demostrarle lo alterado que le había puesto los nervios.

Con un sensual movimiento, Candy cerró los ojos escuchando los desbocados latidos de su corazón y sus traicioneros resuellos debido al nerviosismo de su acercamiento.

Tomando ventaja de la estática posición, Terre, con sus labios, atrapó el lóbulo femenino. Posteriormente, sus dientes lo torturaron oyéndola a ella quejarse entre mezclando dolor y la condenada excitación que no la abandonaba y la gimió en el momento que él, habiendo deslizado su mano, la posaba en el bajo vientre de ella que, se arremolinó a su travieso contacto, dándole así a él la oportunidad de colocar sus labios sobre el níveo cuello y besarlo de arriba hacia abajo. Empero, al regresar a su oído, él diría con cierta agitación:

— Me gustas, Candy. Me gustas mucho.

— Pero...

Ella apenas pudo pronunciar, porque, él, sin ser grotesco, la acariciaba precisamente para hacerla gemir una y otra vez, con cada vez que hacía pasar su mano por la inocente sexualidad.

Disfrutando de la sensación que le causaba sentirse tocada, Candy, poco a poco, fue girándose hacia él. Mirarle a los ojos, fue imposible debido al calor que sentía en sus mejillas. Sin embargo, cohibida, debía advertirle:

— Tengo miedo.

Terre, alegrándose de verla de frente, decía:

— Yo también lo tuve la primera vez.

La broma hizo que ella se sonriera y opinara:

— No creo que... sea semejante. Tú eres hombre.

Él, conforme se iba inclinando para tomar de nuevo sus labios, la complementaba:

— Y tú, una bellísima mujer.

Candy, atrapando entre sus manos, el rostro del hombre, pretenciosa quiso saber:

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