Capítulo 12 parte "c"

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Mientras un hijo se dirigía a su esposa para avisarle que saldría pero prometiéndole regresar pronto para llevarla a cenar, la sí chantajista madre quitándose el remedio frío de su dizque mal, con la campanita que yacía sobre el buró, solicitaba la ayuda de la servidumbre.

No obstante, la que recurrió inmediatamente a su llamado fue Susana, la que en el momento de informársele de la futura llegada del visitante y no estar fea para él, emprendió carrera hacia su recámara, llevándose en su desbocado paso, a la joven doméstica que ya iba hacia Eleanor, quien increíblemente regañó a la empleada por su descuidada manera de andar.

Pidiéndosele se fuera detrás de Susana, la molesta madre de Terre volvió a tocar la campana.

La joven despachada, conforme caminaba por el corredor, miró hacia la planta baja para indicar que ella seguía a la patética sobrina y se enviara a otra persona para atender a la mandona prima, la cual gritó por más de media hora hasta que se le anunció que su hijo había llegado y ya era atendido por Karen que, como siempre...

Cariñosa y colgada del brazo de su sobrino, la tía anfitriona lo condujo a la sala donde, después de invitarle a tomar asiento, a él le preguntaba:

— ¿Por qué no trajiste a Candy?

— ¿Para qué?

— ¿No tienes pensado presentársela a tu madre? — inquirió Karen.

— Primero quiero ver cuáles son sus intenciones.

— Yo digo que para nada buenas. Después de hablar contigo, empezó a dar de alaridos. ¡Ya me espantó a la servidumbre! ¡Está de un insoportable jamás conocido!

— Tal vez la menopausia la ha de tener así.

— Ay, pues la verdad creo que sí. Ahora cállate, que ahí ya viene.

Eleanor, en cuestión de belleza, elegancia y garbo, era un molde que no tenía igual; excepto la de él, quien habiéndose puesto de pie, fue hacia ella que ya le extendía los brazos, y exageradamente emocionada pronunciaba su nombre:

— ¡Terre!

— ¿No me darás bofetadas ésta vez? — él sardónico hubo indagado.

— Ay, hijo, no me avergüences más. Karen ya lo ha hecho lo suficiente.

Controlando su lengua para no gritar fuertemente su tamaña hipocresía, Karen, palmeando la espalda de su sobrino, se ofrecía:

— Voy por algo de beber. Hijo, ¿se te antoja algo en especial?

— No, por ahora, tía. Gracias.

La camarería entre esos dos siempre hubo molestado a la madre. Madre que atrajo la atención de su hijo al pedirle se sentara muy cerca de ella.

Terre, al obedecerla, quiso saber:

— ¿Le llamaste a papá?

— ¡Ay, se me olvidó de la emoción de que venías! Luego lo hago. Ahora dime —, ella palmeó una rodilla masculina: — ¿cómo has estado?

La madre sonrió. Terre, arqueando un ceja, decía:

— ¿Acaso no nos vimos hace un rato? —, porque hasta recuerdo le había dejado de su breve encuentro.

Eleanor, divisando lo que su "abrupta conducta" había hecho, contestaba:

— Sí, pero —, tomándole de las manos, así extendía disculpa: — no quiero recordar el mal momento; así que, ¿qué te parece si empezamos de nuevo?

— Como gustes, madre — resignado Terre contestó. — He estado muy bien.

— Y... — ¡cómo le costaba reconocerlo! pero Eleanor debía interrogar: — ¿cómo te trata el matrimonio?

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