Capítulo 20 parte "a"

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Un chocolate más y juraba que de ese diván no iba a levantarse. ¿Y acaso realmente le importaba dejarlo? Francamente no; porque además de estar disfrutando de sus envinados regalos, el estar acostada a su lado, enredada entre sus piernas y brazos plus los besos que Terre le seguía proporcionando, ¡mejor lugar dentro del universo entero no podía ocupar!

Por ende, para continuar así, ella tomó otro chocolate, y como los anteriores, primero lo ofreció a él quien volvía a negarse porque no eran de su gusto; pero sólo para darle precisamente gusto a la mujer, apenas mordía un pedazo, comiéndose Candy el resto y exagerando lo delicioso que le sabía.

Viéndola nuevamente hacer esos gestos, Terre cuestionablemente alardeaba:

— ¿Saben mejor que mis besos?

Candy bromista respondía:

— ¡Por favor! Ni siquiera te atrevas a compararlos.

— Entonces eso es un ¡sí!

Simulándose ofendido, él la atacó para provocarle cosquillas por todo el cuerpo que la hacían reír, retorcerse y pedir:

— ¡No más, por favor!

— ¡Entonces confiésalo!

— ¡Sí, tus besos saben mejor!

— ¿Qué tan mejor?

— ¡Ultra y recontra mejor!

— Así está mucho mejor —, Terre detuvo su juego para darle un beso castigador.

Aunque verdaderamente la castigó, ya que al separarse, lo hizo para ponerse de pie y arreglarse el pantalón, queriendo saber Candy:

— ¿Adónde vas?

Él extendió una mano; y en lo que ella la aceptaba para ser ayudada a enderezarse, Terre decía:

— La reservación a cenar es para las siete.

— Oh —, el rostro femenino realmente se entristeció, prometiéndole él:

— Si no estás cansada —, la abrazó; e inclinándose para morderle un desnudo hombro el castaño pedía: — ¿me reserva un lugar para esta noche, señora Grandchester?

Candy sonrió entre coqueta y sonrojada, pero antes de dar su contestación, atrajo su atención:

— ¿Terre?

Éste que ya subía besando su cuello, al oído contestaba:

— Dime.

— No... nada — ella cambió de parecer.

La vacilante actitud consiguió que él la mirara y preguntara:

— ¿Qué pasa?

— Nada serio — se dijo.

— ¿Entonces?

Candy lo miró fijamente para inquirir:

— ¿Estás consciente de que...? bueno... tú sabes...

— No, no lo sé.

— Sí, sí lo sabes, sólo que...

— ¿Qué?

Al instarla, la mujer, armándose de valentía, cuestionaba:

— ¿Estás consciente de qué podrías embarazarme?

— ¡¿En serio?! — él bromeó pesadamente al pasarse por espantado ignorante.

— ¡No seas así!

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