Capítulo 16 parte "b"

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El tajante comportamiento de Candy hicieron que de nuevo se disculparan; pero ésta vez, con sinceridad en voz, mirada y actitud, consiguieron que la señora sonriera y olvidara el incidente. Bueno, por lo menos con la empleada, porque con Terre, la mujer de él se mostraría hostil y muy enojada en el momento que bajara y lo encontrara en el despacho consiguientemente de haberse arreglado esmeradamente ¿para él? quien lo "saludaba" con:

— ¿Cuál es el plan para el día de hoy?

La inesperada y maleducada llegada, además de la tosca cuestión, consiguió que él parado frente al escritorio, levantara una ceja e irónico sonara al decirle:

— Muy buenos días, Candy. Sí; yo también dormí muy bien. Gracias por tu preocupación.

Pero ella rudamente diría:

— ¡Déjate de tontos sarcasmos y contesta!

— ¡Caray, señora! — él, sorprendido, colocó el papel que hubo estado revisando para ir a su lado mientras iba preguntando: — ¿Tuvimos una mala noche? — porque él la recordaba como excelente; en cambio la mirada iracunda de Candy le respondió; entonces, Terre: — Sí, creo que sí — no necesitó conocer más y se giró para volver a su asunto y recordarle: — Ya te había comentado de mi rutina diaria de las próximas semanas.

— ¿Y después de ir a West Point? —, Candy se había quedado parada en el umbral de la puerta y desde ahí oía:

— ¿Necesitas hacer algo en particular?

— Sí, quiero ir a ver a Annie.

Candy lo pidió sabiendo que eso implicaba ir a la casa de Karen, encontrarse con la madre de él y la hija obsesa.

Terre, sin comprender qué diablos pasaba con ella, cuestionaba:

— ¿No quieres ir a desayunar primero?

— No, tendré suficiente con algo de té.

Oyendo que se rechazaba su oferta, él decía:

— Bien —, y pedía: — Dame diez minutos y luego partimos.

No dedicándose otra palabra ni mirada, Candy se retiró a la sala, dejando a Terre verdaderamente confundido con su cambiante actitud. Sin embargo, el hombre pronto iba a descubrir la razón por la que su esposa estaba tan brava ya que...

Estaba acomodando unos papeles, cuando un llamado a la puerta, él autorizó.

Por ahí, se colaba una escurridiza empleada, atrayendo la atención del hombre al nombrarlo con familiaridad:

— Buenos días, Terre.

— ¡Dora! —, alguien pareció contento de oírla; — ¿cuándo llegaste? — él preguntó mirándola; y en lo que la veía cerrar la puerta, increíblemente le reclamaron:

— ¡¿Por qué no me dijo que ya se había casado?!

— ¿Qué no andabas de gira artística?

— De vacaciones, pero de todos modos me hubiera alertado cuando llegué.

— ¿Por qué?

Sí, por qué debía informarle, ya que él, a nadie, entregaba cuentas de lo que hacía, por ende, Tere de la trabajadora escuchaba:

— Acabo de meter las patas las cuatro ¡bien y hasta el fondo!!

— Explícate.

— Pues verá...

En cuestión de segundos, una parlanchina Dora daba su versión de los incidentes hechos. Y Terre, mirando cierta dirección, diría:

— Ahora entiendo.

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