Capítulo 3 parte "a"

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Las veces que esporádicamente se sentía bien, él las aprovechaba para madrugar y para salir, ayudado por sí mismo, a recibir el amanecer. La calma del mar y la brisa fresca serenaban tanto el alma como sus pensamientos. Sentado sobre una roca y sosteniendo de frente su muleta, el padre de Candy miraba poco a poco la salida de un sol redondamente rojo.

Conocedor del tiempo, el hombre auguraba que sería un día medio nublado, como lo era su vida desde hacía mucho tiempo; y se recriminaba fuertemente al sentirse solo, triste y frustrado cuando contaba con la luz de esperanza que representaban sus hijas, aquellas que lamentablemente no podía darles lo que verdaderamente requerían de él.

Pensar en ellas y en la pobreza en la que las tenía, consiguió que el varón inclinara su cabeza para descansar su frente en los dorsos de sus manos juntas para pedir la ayuda celestial de su amada y extrañada esposa.

A la también madrugadora persona que con cada paso se acercaba más al infortunado ser, le preocupó su pose, y acelerando su andar llegó a él para saludarlo:

— Buenos días, Capitán Johnson.

El nombrado levantó rápidamente su rostro para mirar primero en dirección al mar y decir con nostalgia:

— Hacía mucho tiempo que nadie me llamaba así —. Luego volvió su apagada mirada al recién llegado para preguntarle: — ¿Cómo es que sabe que yo...?

— Su hija Annie me lo contó.

— Mi pequeña diablillo.

— ¿Puedo hacerle compañía?

— Claro.

Al invitado se le vio sentarse sobre las arenas a la indicación; y por su vestimenta de esa mañana, se preguntaba:

— ¿También le gusta salir temprano para ver cómo se levanta sol?

— Lo mismo para ejercitarme y respirar lo fresco del aire.

— Sí — se contestó mayormente nostálgico, quedándose los dos hombres en total silencio para admirar el espectáculo que tenían en frente.

— ¡Qué hermoso es este específico amanecer! — observó uno; y el otro estuvo de acuerdo agregando:

— ¿Cuándo fue la última vez que vio una mañana similar desde la proa de un barco?

— Mucho, mucho tiempo atrás.

— ¿Le gustaría volver a tripular uno?

— Hijo — a éste se le miró, contestándosele con derrota: — eso es imposible para mí.

— ¿Por qué? No creo que su discapacidad sea el impedimento.

— No, por supuesto; sin embargo lo ha sido el hombre mismo con su desconfianza y miedo.

— ¿Y si precisamente fuera uno de ellos quien le diera una nueva oportunidad?

— ¿Tú, acaso?

— ¿Por qué no?

— Te lo agradecería; pero ya estoy demasiado viejo; y para esta etapa de mi vida, mi tarea es solamente vivir de los recuerdos del pasado.

— Pero con esos no podrá sacar adelante a sus hijas.

El capitán mostró vergüenza y reconocería:

— Tienes razón —; y las mencionaría con dolor: — Mis pobrecitas. En estos lugares junto conmigo las vine a enterrar vivas. Pero, ¿qué puedo ya hacer? Cuando estuve completo les di cuanto podía y ahora... — el hablante clavó su mirada en la arena, — no soy más que una carga muy pesada para ellas. Muchas veces he intentado morir, pero... justamente ellas no me dejan.

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