Capítulo 18 parte "c"

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Despidiéndose militarmente, Terre vio marchar a su superior; por consiguiente, él, a grandes zancadas fue a reportarse.

Olvidándose de visitar la enfermería, el castaño regresó a la ciudad donde después de bajarse del auto, ingresó al edificio y se encaminó hacia el elevador.

A éste se corrió para alcanzarlo ya que estaba a punto de cerrarse, reuniéndose en su interior con la voluptuosa Abril y su decrépito marido quien era transportado en una silla de ruedas por ella misma y parecía dormir, aunque de verdad lo hacía debido a su delicada enfermedad aunada a su avanzada vejez.

En lo que iban hacia arriba, Terre miraba con tristeza la condición del senil hombre, mientras que los ojos de la mujer brillaron con severa lujuria y sus palabras sonaron con lascivia:

— ¡Dichosos los ojos que te miran, corazón!

El admirado respondía con indiferencia:

— Abril.

Ésta sin importarle la presencia de su marido, se le acercó con peligrosidad.

— ¿Cuándo me invitarás a tomar una copa?

— Lo siento — él mostró su dedo anular. — En mi agenda ya no hay espacio para nadie, mucho menos para ti.

— ¡Vaya! ¿y cuándo te casaste? Pero sobre todo, ¿quién es la privilegiada de tener a semejante hombre en la cama?

A una mente se vino la chica de la piscina, por ende, se exclamaba:

— ¡No me vayas a decir que...!

— La misma — dijo él.

— ¡Qué suerte tienen las que no se bañan! — la vecina expresó con envidia. — ¿Y cómo te trata? Espero que como el rey que eres.

— ¡Quieta! — se dijo al percatar que aquella iba directo a acariciarle "la joyería", pero ésta no renunciaría, hasta que él: — ¡Abril! — la sujetó de las manos. — Ten un poco más de respeto.

Terre la soltó con brusquedad y señalándole a su compañía. Sin embargo, la insistente observaba un tanto dolida:

— Antes no te molestaba —, y se alejó de él oyendo ella:

— Tú lo has dicho... "antes"

— ¿Es celosa?

— Es mi esposa. Y lo que a ti no te importa estando tu marido presente... a mí sí aunque ella no esté.

— Pues insisto... ¡es una suertuda!

El elevador se detuvo, y en lo que la puerta de acero se abría, Abril se despidió; más en el momento de comenzar a atravesar el umbral, con mala intención, la mujer empujó fuertemente la silla de ruedas, la cual al chocar con el leve estribo, fue suficiente para que el anciano fuera a caer en el vil suelo del pasillo.

— ¡Eres una estúpida! — Terre gritó y la miró con furia.

— ¡Fue un accidente, te lo juro! — chillaba la muy hipócrita.

Y como él estaba sintiendo pena por el infeliz vejete, abandonó el elevador para prestarse a levantarle; más, aprovechándose que estaban cerca de su apartamento, la astuta buscona se adelantó para abrirle la puerta y lo condujera hasta la recámara donde sobre la cama depositaron al inconsciente hombre.

Para verificar que nada serio le había pasado, Terre revisó al marido de aquella. Ya confirmado su estado, sin decir nada, se dispuso a marchar; no obstante, al cruzar por la sala, de nuevo Abril:

— ¡Espera, Terre!

— ¡¿Qué quieres?!

— Darte por lo menos las gracias por ayudarme a traerlo.

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