Capítulo 10 parte "b"

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Debido a que ambos coincidieron haber ingerido mucho en la noche anterior, a las ocho de la mañana, después de haber halagado a una muy distinta y guapa esposa, la pareja se dispuso a salir de casa.

Al estar en el lobby del edificio, y por ahí cerca una cafetería de nombre muy conocido, Terre y Candy fueron al local para comprar sus acostumbradas bebidas.

Llevando sus vasos consigo, el recién matrimonio se dirigió al auto. Ayudados por personal laboral, ambos lo abordaron para conducirse a casa de la tía Karen.

Ésta, —hermosamente presentable—, con un besito en la mejilla despertaba a una consentida Annie, chiquilla que todavía dormía plácidamente en lo que le habían dicho era ¡su! cama en ¡su! habitación.

Estirando todo lo que su púber cuerpo daba, la chica preguntaba:

— ¿Qué hora es?

— Exactamente la hora de levantarse, flojita —, a ella le provocaron cosquillas; y entre sus risas se mezcló la razón por la que se le despertara: — Para que te desayunes.

Annie, al oír un tintineante ruidito, se sentó sobre el colchón, abriendo grandemente la boca de lo que sus ojos veían: el desayuno en una mesilla que era colocada en la cama.

Contenta, la jovencita aplaudió; más al ver la simpleza de alimento prefería:

— Una hamburguesa hubiese estado mejor.

— Eso no es bueno para usted, señorita; porque a tu edad lo que necesitas es alimentarte con frutas y cereales para que estás manchitas blancas en tu cara desaparezcan y no te afeen — Karen, sabiendo de la obvia desnutrición, la había acariciado con amor.

En cambio, la chica, como si antes no la hubiera padecido, se quejaba:

— Pero comiendo solamente esto ¡voy a morirme de hambre!

— Eso no va a pasar, porque a las diez de la mañana tomaremos un almuerzo más completo. Así que, anda, come; mientras yo veo que te pondrás para el día de hoy.

La nunca casada mujer se dirigió al closet, y la más joven desde su lugar, con la boca llena, gritaba:

— ¡El vestido rosa!

— Ese, ayer que fuimos de compras, te dije muy bien que lo usarás en la fiesta que estoy pensando organizar para anunciar el matrimonio de Terre y Candy.

— Entonces, ¿puedo ponerme el amarillo?

— El amarillo será — dijo Karen tomándolo para que un perchero fuera a colgarlo pidiéndole a la muchachita: — Terminas eso —, lo apuntó, — y te metes a la ducha.

Con familiaridad, se contestaba:

— Sí, tía.

— Entonces —, la adulta se acercó a la menor para darle un beso en la frente y decirle: — Voy abajo, porque mi sobrino Terre no ha de tardar en llegar; así que, tú tampoco tardes.

Después de contestar —No, tía— y mirándola partir, Annie continuó comiendo; pero al perderla de vista, removió la mesita y salió de la cama para ir al closet y sacar de ahí los zapatos que iban acorde con su nuevo vestido y los artículos para el cabello.

Sin prestarle más atención a sus alimentos, la jovencita ingresó al baño; más fue poco el tiempo que estuvo adentro siendo su arreglo el que la retrasara.

La doméstica que había ido a buscarle, terminó por ayudarle, anunciándole primero que su hermana ya estaba esperándole.

En lo que Annie aparecía magistralmente por la sala, ya ahí Candy y Terre habían saludado a Karen.

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