Capítulo 8 parte "a"

966 136 47
                                    

A la edad de tres años y de padre desconocido, Susana fue abandonada por su madre, prima lejana de Eleanor. Ésta al poder concebir únicamente a Terre, desde el primer día que la vio, adoró a la bebé como a la hija que no pudo más tener.

Sabiendo del cariño que le tenían a su niña, la desnaturalizada mujer por seguir el amor de un hombre que no estaba dispuesto a mantener críos ajenos, se las dejó a los Grandchester, de los cuales, sólo Eleanor estaba feliz de tenerla ya que su unigénito al notar el amor, la protección y los cuidados desmedidos que día a día mayormente le dedicaba a esa chiquilla, se sintió celoso de ella tornándose poco a poco desamoroso aún hasta con su madre, siendo su padre el único a quien le demostrara su interés y obediencia. Por supuesto, el señor Grandchester siempre se propuso a estar para lo que su hijo necesitare.

Por su parte, Susana, —al convertirse en la muñeca de carne y hueso de Eleanor—, ella la vestía, la peinaba, y la educaba a su forma con demasiada exageración.

Para la edad de seis, la chamaquita ya era una cajita de sorpresas y monerías, tanto así que, a los siete, Eleanor ya la presumía entre sus amistades al mostrarles lo prodigiosa que hubo salido cuando se le enseñó a tocar el arpa, instrumento que la hacía verse como un divino ángel.

No ignorante de que Eleanor no era su madre, Susana así mismo la llamaba. Y lógico, a la que era realmente sobrina, se le identificaba como la hija menor de los Grandchester. Sin embargo, ella no se consideraba del todo parte de la prestigiosa familia; y es que a la edad de ocho, en su pequeña mente y corazón grabó un nombre; el ideal para ser su esposo: Terre.

Éste que ya andaba en sus doce, de groserías y desplantes seguía llenándola, y su desinterés por ella era más que palpable; así que, cuando escuchaba de otros niños el sueño guajiro de Susana, Terre plena y abiertamente se burlaba y muchas veces hasta en ridículo la dejaba.

Al suceder eso ¡obvio! los brazos de Eleanor siempre recibían a la muchachita para consolarla; y las manos que la acariciaban con amor, varias veces en las mejillas del jovenzuelo se estampaban dura y humillantemente, creciendo así el recelo de Terre, — quien cansado de todo eso y más—, recurrió a su padre para pedirle lo internara en algún colegio y estar lo más lejos posible de su madre y de Susana principalmente.

En el mejor de su país de origen, el chico estuvo. Más, al saber que la tía Karen residía en Nueva York y ahí estaba otro colegio con índole militar, aunque Eleanor se opuso rotundamente, Terre, al cumplir los diecisiete años, asistió a West Point, donde las cartas de Susana seguían alcanzándole y él esperaba que las palabras rudas que le dedicaba a gritos... también.

No obstante, la jovencita ya tenía tintes de masoquista, porque de su cometido añorado no desistió y, aprovechándose de que Eleanor la consentía en todo, supo cómo llenar de ideas la cabeza de la tía. Por ende, para cuando el Cadete Terrence Grandchester se recibió, también recibió, al finalizar la ceremonia de graduación, esta noticia por parte de su querida madre:

— Tu padre y yo hemos decidido darte cierto tiempo; pero después de ese y tú no te has casado, sin excusa ni pretextos... lo harás con Susana; o de lo contrario, ni un centavo verás de mi dinero.

La maternal imposición, a él molestó como su grado, pero gracias a la disciplina recibida supo contestar serenamente al cuestionar:

— ¿De cuánto tiempo estamos hablando?

La elegancia corporal de la dama la reflejó en su hablar:

— Para que veas que no soy tan mala madre como tienes concepto de mí, ¿qué te parece si tú lo fijas?

Unidos por InterésDonde viven las historias. Descúbrelo ahora