Capítulo 13 parte "c"

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Además de comenzar a sentir admiración por él, Candy, al ir caminando a su lado conforme atravesaban por los corredores de la prestigiosa escuela militar, recordaba a su padre y le hacía feliz ver a los estudiantes o personal de diferentes rangos cuadrarse frente a su esposo.

Preguntándose si su madre alguna vez sintió el mismo orgullo que de ella se estaba apoderando, Candy giró su rostro hacia Terre y le sonrió.

La acaricia que él le brindó hizo que ella, sin soltar su mano, se abrazara de su brazo avanzando así una muy corta distancia ya que al final del pasillo que transitaban, él, después de besarle su mano, la soltó pidiéndole aguardara en la pequeña sala donde únicamente Candy esperó diez minutos.

Cuando lo vio aparecer, el matrimonio emprendió su andar, pero ésta vez en dirección a la impresionante capilla de West Point donde debido a la hora se efectuaría una misa.

Los participantes a ella poco a poco iban ocupando sus lugares divisándose en el altar al ministro con quien Terre, —habiendo dejado a Candy la cual admiraba el lugar—, se dirigió para pedirle el favor de casarlos; pero...

— Muchacho, bien sabes que sólo estoy autorizado con los soldados que son llamados a la guerra.

El muy gracioso no se rendiría al decir:

— Con mayor razón para no negarte. ¡Yo estoy en una muy seria contra mi madre!

Las risas del especialista en teología hicieron eco por el santuario religioso. Más al escuchar:

— ¡Vamos, Bob! Aprovecha este sermón y cásanos. Nada te cuesta.

— Está bien. ¿Traes los anillos?

Aunque se trataban de los de la anterior ocasión, Terre los buscó entre los bolsillos de su chaqueta. Ulteriormente de haberlos encontrado, los entregó; y al novio se le pidió ir por la novia quien se presentaría y por más de uno sería elogiada.

Los cadetes que presenciarían la celebración, serían los testigos de la unión; pero también los que aplaudirían y harían bulla al pedirles, cuando todo finalizó, el clásico beso.

No habiéndoles negado su petición, la pareja ahora sí casada por la segunda ley, tomada de la mano caminó por el corredor; salió, y en el patio recibió de la mayoría de los presentes sus felicitaciones.

Y estaban comentando con los últimos, cuando Terre, nuevamente tomando la mano de su esposa, intentó emprender velozmente camino. No obstante, elementos militares, ante su intención de huir, les cerraron el paso.

Ignorante de qué pasaba, Candy miró a su esposo, pero éste se hizo el loco diciéndoles:

— Gracias por todo.

Sin embargo, al tomar otra desviación, también fue bloqueada, escuchándose de uno que le recordaba a su superior... estarse olvidando de visitar, —porque nadie se casaba entre semana—, la desocupada "casita del amor".

— ¡¿La qué?! — expresó Candy.

— No les hagas caso — aconsejó Terre, el cual bien sabía de lo que hablaban.

Empero, cuando los invitados comenzaron a entonarle una militar canción, él tuvo que explicar a su esposa:

— Normalmente, soldado que se casa debe visitar... — él la giró para apuntarle hacia la loma de una colina en el oriente, — aquella casita. Es un... punto de despedida.

— Pero tú no eres soldado — Candy lo miró entre extrañada y temerosa; y así, oía detrás:

— Pero se ha casado, señora. Y en estos casos, la regla se aplica para todo aquél que lo hace. Así que, Grandchester, buena suerte — los presentes los siguieron animando.

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