Capítulo 9 parte "a"

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En el restaurante más próximo se veía estacionado afuera del mismo: el auto de Karen, mientras que adentro, la pareja degustaba de un verdadero almuerzo; y aunque sus facciones no eran serias, poco hablaban entre ellos manteniéndose así hasta el momento del postre, donde el mesero los invitó a salir para: disfrutar, —en otra mesa—, de un té y pastel de chocolate; y admirar desde su terraza la mayormente verde vista panorámica.

El grupo de remeros que forzosamente navegaban por las aguas del río atraparon la atención de Candy, observando también que detrás de ellos venía un enorme buque cargado de pasajeros provenientes de las extensas cataratas del Niagara; así lo hubo informado Terre, —quien algunas veces había viajado y visitado aquel espectacular lugar.

Lamentablemente la invitación de llevarla a conocer a él se le quedó atorada en la garganta al verla nuevamente entristecerse debido a que a su mente el recuerdo de su padre había llegado y se concentraba con fervor el pedir que estuviera bien.

Para hacerla distraer, Terre ofreció del pastel que había ordenado. Ella tomó el platillo; en cambio, él el tenedor con el cual partió un pedazo y egoísta, a la boca se lo llevó, poniendo Candy un gesto contrariado ya que había pensado que él... bueno, no fue así, por ende, ella aguardó por el utensilio, recibiendo por parte de su esposo:

— Está muy rico. ¡Te gustará!

— Gracias — dijo la esposa y para sí lo comprobaría.

Sin embargo, un pequeño trozo de chocolate que se hubo quedado en uno de los labios femeninos, hizo que Terre, con su dedo, lo quitara; y mirándola fijamente, con la lengua limpió su yema y lo saboreó.

Candy, observando aquello, prestaba atención:

— De tu labio, sabe mucho mejor

... quedando una vez más demostrado que el hombre, en cuestión de seducción, podía pintarse solo porque...

El leve revoloteo que surgió en su vientre, logró que Candy desviara su mirada; pero el traicionero sube y baja de su pecho la delató y tuvo que levantarse de su asiento para ocultarlo.

Obviamente Terre, —habiendo sido espectador de cada reacción—, sonriendo, tomó la taza que tenía en frente y bebió el té.

En lo que él disfrutaba de su bebida, con fuerza en su interior, Candy se recriminaba. Y es que, una parte de ella estaba consciente que en cualquier momento él iba a pedirle que... ¿acaso eso le molestaba?

— ¡Por todos los cielos, Candy! —; a ésta le parecía oír claramente a su amiga Paty quien hubo dicho: — ¡Yo no iba a desperdiciar ni un solo segundo para entregarme a él!

— ¿No sería muy pronto y muy...?

— ¡Para nada! O dime, ¿acaso no te gusta el hombre?

Como respuesta, Candy había pasado saliva, misma que ya se le atoraba al reconocer que sí; que él tenía todos los atributos bien puestos para ser amado y adorado como a un dios; sólo que... ¿qué pensaría él si ella...? No, no, no; mejor se daría más tiempo, a menos que...

— ¿Candy? —Terre la llamó, no siendo necesario girarse porque a sus espaldas lo escuchaba decirle: — Tenemos que irnos.

Dejando su pastel, la joven dio indicación de estar de acuerdo con él, viendo además, que debajo del platito varios billetes se dejaban, los suficientes para cubrir lo consumido por ellos.

Abrazándose a sí misma por culpa de una corriente de aire fría, Candy emprendió el camino que se le invitara a tomar, oyendo conforme atravesaban, los agradecimientos de los empleados al visitar el restaurante.

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