Capítulo EPÍLOGO parte "b"

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El postparto de Candy se hubo quedado en ella hasta pasada la celebración de su primero aniversario de matrimonio.

Para ello, Terre había planeado algo sumamente espectacular para festejarlo con ella; pero debido a que la presión arterial difícilmente se le normalizaba, sólo optaron por una cena muy íntima.

Para el segundo, ya estando mucho mejor y aprovechando a la nana, varios ciudades de Europa la llevaron a conocer; más al aproximarse un tercero... ni otro continente ni joyas Candy quiso sino...

Sentada en la playa, no se alarmaba cuando las olas llegaban a estrellarse en sus pies. La suavidad de la arena, la percibían sus manos que con ella jugaba sintiendo en la espalda los cálidos rayos del sol.

Para aminorar el ardor en sus hombros, Candy se enderezó e inclinó para meter sus manos en el agua salada y untarla sobre la parte quemada.

Notando las marcas de su top, ella removió la prenda para broncearse completamente.

Al hacerlo, la cinta trasera, Candy se zafó alcanzando a ponerse un brazo para cubrirse la desnudez de sus pechos. Viéndolos también, los descubrió un poco; se tumbó en la arena y siguió disfrutando del calor.

De pronto, una sombra la tapó. Apenas abriendo un ojo, ella pudo darse cuenta de quien se trataba.

Sujetándose su prenda, Candy nuevamente se enderezó para atarse los tirantes y atender a su niña, quien en divertido traje de baño, cubeta y pala, preguntaba por su padre.

— ¿No estabas con él? — la madre cuestionó.

En cambio, la hija no respondería, porque se puso jugar con los caracoles y corales que llamaron su atención.

Candy se giró para quedar boca abajo y vigilar a Ángel, quien en su cubeta de juego, echaba los corales que más le gustaban, haciéndola recordar que justamente eso Annie, a esa edad, hacía.

Y precisamente Annie en la escena apareció también presumiendo en un bikini su cuerpo adolescente, y que después de haberse acercado a su hermana a quien le depositara un beso en la mejilla, fue a jugar con su sobrina.

La llegada de Terre consiguió que la pequeña abandonara a su tía para correr hacia su padre, el cual la levantó y con su madre la llevó. Sin embargo, la pequeña pedía:

— Quiero entrar al mar.

Annie se ofrecería a meterla, pero la niña difícilmente quiso irse con ella; más al ser entregada por Terre a la fuerza, lloró responsabilizándose justamente a él.

— Es tu culpa que sea así.

Candy se puso de pie para tomar a su unigénita, que aún en sus brazos, berrinchuda, solicitaba los de su progenitor.

Éste no se defendió porque, al quitarla de su madre, ahí el claro ejemplo de lo mucho que la consentía con la excusa de:

— Es muy chiquita.

— Pero bastante rebelde y caprichosa.

— ¿Qué quieres que haga? Tiene a quien parecerse.

Ante la comparación no hubo respuesta, y Terre se encaminó con Ángel hacia la playa. Sobre su orilla la paró llorando nuevamente la niña al sentir lo frío del agua.

Desde donde estaba, Candy podía escuchar los regaños, y de su marido se burlaba. En eso a su lado alguien se paraba para saber:

— ¿Por qué llora mi futura ahijada?

— Porque a fuerzas quiere estar en el agua y se queja al decir que está fría.

— ¡Pobrecita! — se compadecieron de la criatura y recomendaron al padre: — Entonces, que no la fuerce.

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