Cap 39

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Se mareó ligeramente. No quiso ignorarlo más. Pidió permiso para salir al baño, y se apresuró a ir con San Lang. Cada centímetro que recorría lo hacía sentirse ansioso, el sentimiento de alarma ya no era un sentimiento; era un aviso.

Corrió hasta donde creyó que estaba San Lang, donde su corazón le indicaba ir. Tomó el mejor atajo y lo condujo a un callejón apartado de basura.

Respiró para recuperarse, pero no pudo ver a quien necesitaba, sólo basura y...

Una navaja.

Tres hombres, todos vestidos de negro con el rostro cubierto, se abalanzaron sobre él y lo derribaron sin tiempo para defenderse. Una filosa navaja atravesó su abdómen, pero su boca fue cubierta y no pudo gritar. Seguido de ello, los tres sujetos comenzaron a golpearlo con infinita fuerza en todo el cuerpo y rostro.

-- Vamos a desfigurar tu bonita cara, imbécil.

Aah, el sabor de la sangre.

Un dulce sabor a metal inundaba su boca, y el dolor de su cuerpo se extendía a cada rincón. No tenía fuerza para gritar o resistirse. Sólo pensaba en alguien.

-- San Lang...

El ardor en su abdómen y la ropa teñida en rojo le indicaba que se estaba desangrando. Los tres hombres lo golpeaban con demasiado impulso mientras le gritaban mil maldiciones.

-- ¡Por meterte con alguien equivocado!

-- ¡Serás tan horrendo, nadie te volteará a ver!

Un ligero mareo se presentó y no pudo respirar por la sangre en su nariz. Estaba perdiendo la consciencia. Pero el pensamiento de algo lo hizo querer reaccionar. San Lang, él podía estar en peligro, tenía que encontrarlo. Se apoyó con sus manos llenas de moretones y quiso levantarse; sin embargo, el corte de la navaja y los golpes se lo impedían. Aún así siguió intentando.

-- ¡Ja! Así que todavía te puedes mover.

Los golpes se hicieron más bruscos, y cayó de nuevo.

-- ¡Ge ge!

Su vista nublada pudo ver a alguien corriendo hacia ellos, y con toda la furia del mundo, hundió a puñetazos a los tres sujetos, haciéndolos correr despavoridos en un instante.
Rápidamente cayó sobre sus rodillas y levantó su cabeza delicadamente.

-- ¡Ge ge! ¡Ge ge!

Xie Lian no puso en su rostro ninguna expresión de dolor, aunque le resultaba insoportable. No quería que el chico sufriera.

San Lang detectó la herida de navaja, y se quitó el suéter para presionarla. Pero el charco de sangre era algo para preocuparse.

-- San Lang...

Cada segundo, Xie Lian perdía la fuerza para respirar o moverse. Estaba feliz, porque la persona que amaba estaba segura. Tomó el dolor por él, y eso era lo mejor.

Una lágrima llena de dolor e impotencia aterrizó en su mejilla.

-- Ge ge..., es mi culpa... todo es mi culpa.

-- No...

Como pudo, levantó la mano y tomó el rostro de San Lang mientras sonreía.

-- No llores.

La vida se escapaba de su cuerpo. Cada parte de él dolía demasiado para las palabras.

-- Te llevaré a un hospital, Ge ge, por favor aguanta.

Quiso levantarlo, pero un lamento salió de los labios de su alteza.

-- Déjalo así...

-- ¿Qué?

-- Tengo sueño, San Lang... quédate conmigo ahora, no me sueltes.

La desesperación decoró la mirada de San Lang en tanto lo sostenía.

-- Ge ge, vamos, no te duermas. No te vayas todavía... si te vas me perderé. Podemos llegar al hospital... y van a ayudarte...

Los parpados se cerraban en una ola de mareos, pero siguió luchando para estar despierto. La sangre empapó ambas manos de San Lang.

-- Ya no importa. Sólo, quedémonos aquí. No quiero ir... a otra parte.

El llanto se derramó en el ojo de marfíl de San Lang. A su vista, parecía tan tierno como un pequeño. Era idéntico al niño que atrapó en aquel parque años atrás. Pero no le gustaba verlo así, menos si era a causa suya.

Ya no sentía sus extremidades, y la respiración era casi nula. La capacidad de escuchar o ver iba desapareciendo poco a poco. Un deseo vino a su corazón, tapando la agonía por la que atravesaba.

-- Un beso.

-- ¿Ge ge?

-- Quiero un beso.

Al decirlo, recordó que sus labios estaban manchados de sangre, y su rostro ahora mismo podía lucir desagradable producto de los golpes salvajes que le propinaron. Ese pensamiento lo hizo retractarse, pero un San Lang envuelto en lágrimas se acercó a él para besarlo, importándole nada el líquido rojo en su boca.

Acarició el cabello negro del joven, y eso se llevó su fuerza restante.

-- San Lang, mi San Lang... te amo. Llévame en tu corazón, quiero vivir ahí.

Los gritos del chico se escucharon débilmente.

-- ¡No! ¡Todavía no te vayas! Despierta, despierta. Xie Lian, quiero ser feliz contigo, quiero hacerte feliz, es muy pronto para irte, quédate...

Cada lamento y palabra enloquecida resonó en el alma de Xie Lian, y lo desgarró.

Quizá de esta forma, Jun Wu ya no molestaría a su tesoro. Quizá aquel niño de corazón frágil podría encontrar la felicidad en otra parte.

Tenía demasiada mala suerte. Él mismo se decía eso cada vez que algo malo le pasaba. Pero...

Sin duda, encontrar a San Lang, ¿acaso poder amarlo en esta vida no era algo que sólo la mejor de las suertes pudo darle?

Si es así, entonces está bien.

Las gotitas que caían como lluvia eran tan cálidas, pero aunque quiso llorar no pudo. Ya no tenía la fuerza para hacerlo.

Sintió que flotaba en el aire, y escuchó jadeos entrecortados. Alguien corría. Las sirenas eran demasiado ruidosas y el frío entró a su piel. De repente, todo fue silencio. Lo único que percibía desde la oscuridad era un alma herida, desesperada, anhelante.

Perdóname, San Lang, te he dejado solo.

¿De Quién Es El Destino?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora