Sarah tiene que compaginar el amor que siente su hermano por ella con el odio que el chico al que ama irradia hacia su sangre, mientras las fuerzas oscuras intentan destruirla.
El apellido de Sarah resulta una carga muy pesada para ella, sobre todo...
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Resultaba increíblemente incómodo para Sarah y Harry ver a Snape tras haber descubierto sus secretos en el pesadero. Cuando lo tenían en frente solo podían recordar sus piernas escuálidas al descubierto mientras él colgaba hacia abajo y medio colegio se reía de su ropa interior. Sarah desearía nunca haber visto aquella escena, pero ya no había vuelta atrás y solo podía sentir pena por Snape. Sí, ambos sentían pena por Snape pues sabían, especialmente Harry, lo que era ser humillado delante de todos.
No habían vuelto a tener clases de Oclumancia puesto que Snape no los había vuelto a llamar. Sarah no estaba preocupada por ella sino por su hermano, que todavía no había podido hacer algún avance. En las clases que siguieron de Pociones Snape ni siquiera miraba a Sarah, mientras que ella estaba acostumbrada a que el profesor le hablara, la tomara como ejemplo. Ella siempre había creído que todo aquel rollo no le gustaba; odiaba ser la favorita del profesor Snape, sobre todo por la envidia que había generado desde siempre entre los alumnos de Slytherin, que no entendían por qué su profesor no trataba con desprecio a la Gryffindor igual que al resto. Ahora sin embargo se daba cuenta de que eso en realidad nunca le había molestado, y de que hasta lo echaba de menos.
Por otro lado, Harry había ganado la peor parte: Snape se ensañaba todavía más con él, lo ponía en ridículo, le bajaba las notas. El azabache estaba realmente preocupado por su TIMO de Pociones.
Pero esa no era la única preocupación de los mellizos. La visión que habían tenido los dos hermanos de su padre intimidando a Snape les había afectado bastante. Si bien Sarah estaba familiarizada con ese tipo de comportamiento gracias a Malfoy, había pasado toda su vida creyendo que su padre era una persona estupenda. Los mellizos intentaron convencerse a sí mismos de que Snape se lo habría buscado, algo le tendría que haber hecho al grupo de amigos, se decían, pero luego recordaban con pesar que cuando Lily les preguntó qué les había hecho Snape, y James respondió que nada, simplemente existir. Al pensar en ello Harry y Sarah se sentían sumamente desgraciados.
Con el inicio de las vacaciones de Pascua y el tiempo libre para estudiar Sarah se vio más distraída y se sintió mejor, pero eso solo duró media mañana, hasta que se encontró a Draco. El de Slytherin vagaba por los pasillos antes de la hora de comer, Sarah se lo cruzó de casualidad cuando iba a la biblioteca. Miraba atentamente un trozo de pergamino, una carta, mientras se estiraba el cuello de la camisa. Cuando Sarah llegó junto a él Draco ni siquiera se dio cuenta, y se asustó al su novia tocarle el brazo.
—¿Pasa algo? —le preguntó al extrañarse de su comportamiento.
Draco tenía los ojos vidriosos, e inspiró hondo antes de pasarle la carta a Sarah y decirle:
—Lucius me ha escrito esta mañana.
Sarah tomó el trozo de pergamino y leyó con atención. Conforme avanzaba en su lectura vio la necesidad de coger la mano de Draco y de apretarla con fuerza.
